lunes, 1 de diciembre de 2008

jitenshya

No es de sorprender que te retrate mentalmente en bicicleta, ni tampoco que por inercia coloque una boina sobre tu cabeza cada vez que te recuerdo. Lo que quizá sea capricho propio es el caracterizar tu piel con un toque de oliva, colorear tus ojos de aceituna. Ésa sería tu versión, toscana.



Sucede que el día de hoy me siento abismalmente abandonada. Inició desde que decidí traer esos zapatos de tacón negro a mi casa, cuando las sudaderas se cambiaron por gabardinas y las chamarras por abrigos. Quedará acaso un pantalón de mezclilla, en memoria de mis fachas de antaño. Cada día que pasa, mientras más recorro de ida y vuelta los mismos sitios, cruzo los mismos puentes, espero el mismo vagón en la misma estación, me siento más desorientada.

domingo, 30 de noviembre de 2008

notas del viajero

las memorias las guardo en mi mochila,
cada vez que miro hacia un sitio distinto y digo:
es hora de partir.

no en papel, ni en fotografía;
las guardo en el fondo del bolsillo,
las llevo impregnadas en la ropa.

cada hoyito del pantalón,
cada hilo colgando del suéter

están en los puños de las camisas
en los botones faltantes
y en los remiendos improvisados

están en mis manos resecas y en mi cara asoleada

se notan en las manchas de mi piel
y en estos ojos que lloran
cuando ven campo, o ven ciudad
a sabiendas que no hay regreso:

no sabrían a dónde ir

sábado, 1 de noviembre de 2008

los blues de octubre

mis ojos no saben a dónde ir

estoy cansada de guardar mis labios

y saber que los tuyos hablan y ríen

a 45, 30, 10, 89 kilómetros de distancia


Dedo por dedo te esperé mientras hojeaba con desidia las hojas de arreola y sus compendios de la infancia. Caían sobre mi cabeza las cerezas malparidas del capulín, y una que otra hoja amenazaba con quedarse atorada entre mi cabello. En uno de esos descuidos aplasté inconscientemente mis lentes. Como siempre, no les pasó nada. Se enchuecan más, y se me enchueca la vista. Se tuercen mis ojos y la luz rebota sin proporción. Con mis lentes ya no veo. Con mis manos resecas ya no siento igual.

La verdad es que tantos callos sangrantes han vuelto complicado mi cotidiano andar. Las uñas también se vuelven amarillas y mi cara ennegrecida por el sol me recuerda, cada vez que me miro al espejo, a dónde fue que vine a parar por terquedad propia. Ya no quiero saber más de formalidades ingratas y limpieza en favor del prójimo. Algún día rajaré mi cara con un cuchillo de cocina, fabricaré mis propias cicatrices. Así exorcizaré mi fealdad interna. Habrá repudio dentro y fuera.

Y si vuelvo, nadie me reconocerá.







martes, 28 de octubre de 2008

danza macabra

los hematomas crecieron durante tu estadía, sobre mi espalda
era como si cada beso tuyo se re-imprimiera, explotara mis vasos sanguíneos
y tu pasión en sangre incrustada se expandiera por mi rostro

con cada golpe en ese ligamento que unía mis pies
en la tierra
con el resto del cuerpo
yo me sentí saltar cada vez más alto,
mis pies se retorcían
las manos acariciaban tu frío

ensayo tras ensayo, caída tras caída
con cada cuenta y cada movimiento (incluso un paso en falso)
conciliaba vapor y humo con el cuerpo tuyo
siempre tan firme
siempre tan frígido

{caer sobre la contundencia del piso}

Mora sabor a canela

Examinaba sus muñecas, cómo se habían curtido con el polvo, el viento, el sol. La vejez hacía sentir su manifiesto cada vez con mayor contundencia, y aún así ella sentía todavía no haber vivido lo suficiente. No bastaban aquellos años dorados, cuando su cinturita era minúscula, cuando podía exhibir sus piernas no varicosas, cuando sus brazos todavía no hospedaban a la celulitis. Tuvo ganas de morir.

Edelmira miraba la ventana, husmeaba a través de los vidrios envidiando la agilidad y ligereza de las niñas que jugaban en el patio de la vecindad. También añoraba la firmeza de los brazos de aquélla madre soltera que tallaba la ropa de su recién nacido en el lavadero. A su alrededor, mientras yacía sentada mirando a la calle, doblando calcetas, se aparecieron las Edelmiras de antaño. Estaba Edelmira la mujer joven, Edelmira la adolescente inquieta, Edelmira la mujer madura... pero quien causaba más intriga era aquella niñita de vestido blanco y zapatitos rojos, con dos trenzas atadas a base de listones, que aplastaba la nariz contra la cama mientras imaginaba no sé cuánta cosa. Esa pequeña Edelmira que podía serlo todo (y lo fue, en su momento) pero que ahora crecida, ni el recuerdo de las moras con té de canela que cenaba en su infancia guardaba.

domingo, 26 de octubre de 2008

Depresión

Querida Mariana



Hoy no vengo a hablarte de metáforas, porque me duele la muñeca y no puedo permanecer mucho tiempo sosteniendo la pluma. Tampoco estoy para contarte de las musas efímeras que juegan con los velos oníricos de todos nosotros. No, hoy estoy deprimido. Hoy vengo a hablarte del mar.

El mar es tan complejo que puede absorber a cualquiera, que puede seducir y hacerse comprender en todos lados. Igual coquetea con el iluso que atormenta al melancólico. Igual intimida al niño que al experimentado. No es lo mismo, por eso los marineros traen consigo los vestigios de la vida en el mar a cualquier parte.

Las olas del mar son cadencia femenina venida a un rito infinito, bailando al son de un clímax por siempre buscando, y que nunca vendrá. Por qué crees si no, que comparamos su belleza, su decidia y sus encantos con los del agua salada y sus ecos hidro-histéricos.

Además, el mar es como amar, sólo que sin tener alguien a quién dirigirle el corazón con certeza.
Sí, porque tú amas, y yo amo, princesa. Y en algún lado, alguien más ama. Y te aman, y se aman, son como las olas retozantes, decenas de besos prolongados hasta el horizonte.

Yo quedo solo, con la más imperceptible de las ondas acuosas en mi pestaña, y en la mano dibujado el recién ahogado mar.

el desastre, el segundo

llevo tus ojos en mi ensalada de cada mediodía
y tus células decoloradas en la mitad de mi almohada
para que todas las noches, en vez de soñar mirando hacia la ventana
pueda sumergirme en sueños inflados con los buenos recuerdos del primero
y entintarlos, volverlos eternos, con tu nombre que me sigue persiguiendo

al parecer, eres uno, el mismo, desde siempre
y eres inmortal

monterrey right now

se pierden hoy por las calles empedradas que aún se conservan
no hay problema, para qué preocuparse, si se tiene toda la noche
qué darían los ángeles de la catedral, estáticos en lo más alto del altar
por zafarse de sus dogmas vaticanos
y escaparse junto con los adolescentes descarados que escupen enfrente de la iglesia
y asaltan un OXXO para poder entrar después al bar

come closer

quiere poseerme, quiere controlarme
y no me puedo esconder
ni parar de sonreírle

estamos frente a frente, piel con piel
como si nuestros vellos y nuestras uñas nos dijeran uno al otro: acércate

y como estamos en el metro Hidalgo, atascado a las 3 de la tarde,
no podemos escapar de esa fatídica atracción

killthat.com

puré entre golpes, puré entre golpes

pobre niño,
entre el manazo y la cucharada embutida a la fuerza dentro de su boca
no es de sorprender que cuando hubo crecido lo suficiente
se dedicó, primero, a golpear a su esposa y a sus hijos
y después a los actos vandálicos en el supermercado,
destruyendo las cajas de puré preparado
y arrojando las papas por la ventana

Amapolas

llorarás mientras veas las olas del mar
y yo esté mordiendo las escamas de un pescado
así, nuestras cabezas volverán donde los gusanos parasíticos del vino
quiero decir, lo de hoy vale callampa
mañana conocerás a otro bastardo embrutecido
que al oído te susurrará lo bien que te ves hoy con tu vestido color aceituna

miércoles, 22 de octubre de 2008

Meae deliciae, mei lepores

¡Voy a robarte la belleza de un hachazo, pastelito! Te guste o no. Aquí nada más hay de dos sopas, la tuya y la mía. Creo irrelevante explicar cuál es la sabrosa.

Tanto tiempo observándote desde lejos, toparme en ocasiones contigo en el mismo vagón. Ya no puedo resistirte. Salía del metro y ahí estabas, tus redondas rebanadas (deliciosas...), blancas como la leche pero antojábanse cual irresistible chocolate: con una delicia ancestral y perenne. ¿De dónde eres? ¿Por qué coincidimos en la mayoría de los cruces peatonales, en los puentes? Oh, pasita enchocolatada de apellidos lejanos y occidentales... ojos de gomita azul de grenetina.

Observé cómo retocabas tus labios para volverlos gajitos de manzana acaramelada, mil veces he pescado el perfume de tus cabellos, un macciato con jarabe de amaretto hasta ahora inequiparable a ningún otro olor en las cafeterías más elegantes. Tu piel de melón, fresca. Saliva sabor tamarindo.

Y cada vez que te veo pasar por las escaleras, yo, una simple rata que engulle la migaja accidentalmente tirada por los pedestres en la acera, me siento salada y sin sazón. Una cazuela de arroz sin ajo y sin tomate, que mira con ansias irreprimibles las delicias del postre que cargas cada mañana por todo tu endulzadísimo cuerpo.

martes, 21 de octubre de 2008

Quién soy yo para hablar de mística.

Querido escritor:

En tu casa ya nada queda salvo tu mesa, una silla y la máquina de escribir. Las paredes permanecen con la pintura descarapelada. Sobre el suelo, se acumula el polvo de todas las ideas que has desechado, y otras que nunca supiste traer a la existencia. Henchidas las persianas-pestañas de tus ojos, ¿a dónde irán los recreos de tu infancia, ahora que la vida te va quitando aliento en vez de suspirar esperanza?

Con cada tap tap de tu mano contra la mesa berreas: "es que no gano nada aglutinando las voces de una historia."

Qué importa colgar los retratos donde asimismo abandonas tu sombrero, besos matinales sin brío y canciones que te infunden un miedo inconmensurable a verte en el espejo. Porque pasaron ya los temblores, sobre las ruinas construiste nuevas caídas y la vida te ha dejado con experiencia (y una joroba divina).

Pero.

Con cada día que pasa, pierdes el aire, el (cl)amor, y la vista.

pecho henchido. basta. ya

Ce omoztli

No bastan las guerras a los dioses,
el día de hoy sobre las vallas, los señores
en la casa de las serpientes, han vestido collares de jade
y suben a la casa celeste ataviados con cascabeles

entre nubes de incienso quemadas por los confesionarios carnales de los dioses
enzarzados de las plumas y trepando al sol
ellos bailan, místicos
que convierten los corazones aún palpitantes del esclavo en canción divina
sin dejar aparte la flor y el canto: la miel y el cacao

pies descalzos, pero almas henchidas
lluvia y viento, fuego y luna
son puestos uno en uno con ellos, los creadores
y los ramos de flores danzantes crean clamores circulares que culminan
cuando el caracol ha tomado su último soplo,
y del corazón del pueblo no se oye ya el tambor

sábado, 18 de octubre de 2008

Vintage does not stand for ad-vantage

Era una hoja blanca. Ingenua. Sin dos caras. Era ella y con eso bastaba. Luego, alguien le fue mostrando quedamente las delicias de la tinta. Poco a poco se fue manchando de tinta negra y contundente, endeleble; de tinta azul divina, de tinta roja y escandalosa. Se llenó de memorias, de risas. Los miedos teñidos se fueron expandiendo a todo lo largo de su espacio, tal como un gato se desparrama por la alfombra.

El problema fue que los recuerdos ya habían sido de todos. Quienes le incitaron a tatuarse las palabras ya les conocían de antemano. Por supuesto que no era su intención enseñarle de la vida a la pequeña inexperta, sino revivir la de ellos a través de tan inmaculada hoja.

Ahora es sólo una copia, y cierto, cada señor tiene su original.

domingo, 12 de octubre de 2008

Fabián

Paseando por las noches con su gabardina y su sombrero, Fabián parecía un abstracto de los relatos de misterio como los que acostumbraba leer Violeta. Precisamente hoy había estado hablando con ella. Los dos sentados en una banca asemejándose a un par de pálidos fantasmas, blancos, de ojos casi transparentes. Con ella había una especie de complicidad. Tal vez fuera su condición compartida de espectros deambulantes entre el repertorio y la contorsión de colores a lo largo de toda la ciudad. Era como una especie de pacto, el de protegerse mutuamente, manifestando su inminente blancura a todos los demás. Por eso Fabián siempre usaba negro, y sabe que, aunque lo niegue, a Violeta siempre le ha fascinado ese color porque es todo lo que ella quisiera ser y nunca ha podido extrapolar.

Fabián nació un 28 de febrero. Fue un parto forzado porque la histérica de su mamá tenía miedo de que su hijo naciera uno de ésos veintinueves (era año bisiesto). Como vio que la fecha se aproximaba y el hijo no salía, hizo todo lo posible por parirlo el 28. Dicho y hecho, a las 11:49 de la noche en el penúltimo día de un febrero bisiesto, la señora Esperón dio a luz un lindo niño que resultó de tez blanca y transparentes ojos azules como el cielo. En el momento en que lo vio, recordó las historias de fantasmas de su padre, y de la nada decidió que el niño habría de llamarse Fabián.

La finca donde Fabián y sus hermanos crecieron estaba situada en una pequeña colina que se levantaba sobre las verdes praderas del sur. Pasaban el tiempo montando a caballo, jugando y corriendo. Paseaban en bicicleta, pescaban en la laguna, miraban insectos. Siempre tranquilo, Fabián sobresalía entre todos por su docilidad y su dulzura. Era extraño, pero no dejaba de ser cautivante.

Da la casualidad que los hermanos Cobián vivían en el mismo pueblo que Fabián. Lucía se hizo su amiga desde la ocasión que éste cayó de la bicicleta y fue a dar a una zanja. Lucía iba pasando por ahí, llevaba una bolsa de frutas de regreso a su casa. Le llamó la atención porque el niño lloraba, y parecía un ángel caído, derrotado, lleno de lodo. Lucía se acercó a él y le ayudó a salir de la zanja. Salvo leves raspones, una que otra cortada y muchos moretones, Fabián estaba bien. El niño le estaba agradecido por rescatarle y, a partir de ese momento, Lucía y Fabián dieron por sentada su amistad.

A Esteban nunca la agradó Fabián, mucho menos veía con buenos ojos la amistad entre él y Lucía. Como hermano mayor, sentía el deber de desconfiar de un niño con ojos raros que no le inspiraba la menor simpatía. Cuál sería su disgusto al enterarse años más tarde que Fabián se mudaría a la misma ciudad que su hermana, cuando era tiempo de irse a estudiar. Esteban nunca aceptó a Fabián, ya fuese por sus gabardinas, por sus ojos, o por simple terquedad. En el funeral de Lucía, Fabián fue terminantemente prohibido en la lista de visitas para los Cobián. Por orden de Esteban, nadie podía decirle dónde velarían a su hermana, mucho menos dónde la iban a sepultar.

Tratando de borrar a Fabián, Esteban se creó un séquito de recuerdos fantasmas que, junto con el recuerdo de Lucía, le acecharon hasta debilitar su conciencia.

Muñecas

A Lucía nunca le gustó jugar con muñecas, se le antojaban feas y tiesas. Los ojos vacíos, la sonrisa estática, especialmente las de porcelana le daban miedo. Por eso, a lo largo de su infancia sólo permitió a las muñecas de trapo dentro de su repertorio lúdico. Le divertía sentirlas frágiles cuando las movía, las abrazaba porque no eran duras como aquéllas de plástico.

De hecho, existió una sola muñeca a la que Lucía permitió le acompañase por mucho tiempo. Era una muñeca morenita que tenía un vestido rojo con bolitas blancas y un pañuelo atado a la cabeza, cabello chino, ojos azules. Toda de trapo. Y estaba descalza, y ésa fue la razón por la que Lucía la aceptó con inmediatez inexplicable. La quería mucho, pero cuando se quemó, Lucía se asustó tanto al mirarle su rostro mitad calcinado, que nunca más quiso ver un juguete de ésos.
Las muñecas que le siguieron regalando por el resto de su infancia fueron relegadas a la esquina más abandonada de su cuarto. Permanecieron siempre apiladas, como un ejército de demonios fríos y bellos, mirándola desde el mismo sitio. Porque sí, no le gustaban, pero vaya que eran bonitas. Eran como Violeta, que se le hacía indescriptiblemente bonita, atrayente, y al mismo tiempo su rostro era el más frío y ausente de vida que hubo visto jamás.

Con el paso del tiempo, Violeta comenzó a parecérsele una muñeca crecida a tamaño humano. Lucía se asustó, recordando a sus vigilantes de la infancia. De ahí a su delirio de persecución, y a Violeta la comenzó a evitar. Y así, también terminó por evitar a Fabián, que se le hacía una especie de fantasma, con sus ojos azul hielo, dientes blancos; su cara de ángel, pero con sonrisa torcida.

Fabián, que siempre usaba gabardinas.

La siesta

Pudo haber sido el viento helado que le quemaba la cara, o tal vez la sola sensación de recordar la ocasión que se encontró el cadáver de aquélla muchacha con los brazos colgando afuera de la ventana de una casa. Al principio, creyó que ella jugaba, o descansaba. Pensó que tal vez había llegado exhausta de algún lado y se había sentado, quedándose dormida. Era muy factible, porque toda ella reposaba recargada contra la pared. Quieta, impasible ante el caos de la calle y todo el ajetreo de afuera, la muchacha permanecía inerte. Él observaba con particular admiración su cuerpo recostando contra el marco del ventanal, su cara con la vista hacia afuera, mientras uno de sus brazos se balanceaba. No se le olvidaba.

Incluso en su momento, le pareció indescriptiblemente atractiva la situación: él caminando tranquilo, el sol que se ocultaba, las luces de los faroles que comenzaban a prenderse golpeando tenuemente la calle y a todos lo peatones. El ruido de los carros, el desesperado movimiento del tráfico.

Y sin embargo ahí estaba ella, recargada y quieta. Dormía escapando descaradamente de todo lo que sucedía en el exterior, como si fuese un manifiesto contra la ciudad misma.

Decidió acercarse, ponerse a la vista de ella. Quizá causar un contacto cara a cara, conseguir una sonrisa, comenzar a platicar... Todo eso pasaba por su mente, y para cuando tuvo una mejor vista hacia la muchacha, se dio cuenta que todo había sido demasiado inferido por él mismo como para ser verdad. La muchacha colgaba los brazos inertes, tenía los ojos cerrados. Sangre chorreaba por una de sus sienes, extendiéndose hasta su costado. Estaba muerta. (¿Qué?)

Julio se quedó estupefacto por un rato, y después reaccionó. Pues por supuesto que algo andaba mal con ella, porque sangraba, y hacía tanto que no se movía de ahí... él ya llevaba mucho tiempo contemplándola. Y lo peor de todo, había disfrutado la escena. Corrió al edificio para conseguir alguien que le ayudara. Los vecinos, una ambulancia...

La ventana era del tercer piso. Julio subió las escaleras de dos en dos, rápidamente. Fácil dio con la puerta correspondiente a la pieza que daba a la calle. Estaba abierta. Dentro, una pieza acogedora, nada pequeña. Había ropa doblada sobre la cama, del lado izquierdo una cortita escalera que daba a un escritorio. También estaba un intento de biblioteca, hundida en comparación con el resto del departamento. Recorrió todo antes de acercarse hacia la muerta, tal vez habría algún indicio. De la escalera había un caminito de sangre que serpenteaba hasta el baño manchado de ése rojo en varias partes. Entonces se cayó de la escalera, pero no pidió auxilio...

Se acercó a la muchacha. Con sus ojos cerrados, parecía más dormida que muerta. Su expresión permanecía calmada, sus gestos tranquilos, y el cabello le caía ondulado y apacible sobre los hombros. Pensó en moverla de la ventana, pero desistió. Luego tratarían de implicarlo, aunque él no tuviera la culpa. Y eso no importaba ahora, porque ya estaba ahí, no le quedaba otra salvo ayudar, hacer algo.

Y resultó que Julio Neira había encontrado muerta a Lucía Cobián.

sábado, 11 de octubre de 2008

Blackouts

Bam.

El golpe de la puerta que se cierra. Y luego, blanco. Todo blanco hasta el infinito, en el cuarto donde no se alcanza a distinguir si quiera una esquina, o si realmente se está en la nada.

Bam.

Otra puerta. Otro grito. La blancura le aterra y cierra los ojos, porque es tanta la luminiscencia del lugar que intenta contrarrestarla buscando en las cuencas de sus ojos un poco de oscuridad. Los cierra y todo se acaba. El mundo, las paredes, el blanco... Y pareciese que hubiera encontrado por fin una luz entre tanto blanco. Quería encontrarse, dentro de sus efímeros segundos de oscuridad.

Cuando tiene que decidir el corazón, es mejor que decida la cabeza. A Esteban le daban espasmos crónicos cada vez que se veía en la necesidad de tomar alguna decisión. [¿Café con pan, o galletitas con leche? Vivir en la ciudad, o quedarse en el pueblo... Querer asesinar a alguien, o callar y dejarle ir.] Sentía que al elegir dentro de esa constante encrucijada a la que uno se somete cotidianamente, limitaba su libertad, le condenaba. A final de cuentas, por eso dejó que todo se le trastornara en la cabeza. Y prácticamente, eso fue lo que le hizo venir a parar en este lugar.

Cabeza.
Todo se remite a la cabeza: hambre, sueño, pudor, vergüenza; sueños, miedos, esperanza, ansiedad... todo lo controla el señor Cerebro. Señor Cerebro, Doctor, Amo, Dios del Universo Humano. Doctor, doctor, doctor. Cerebro. Ah, ya se rayó el disco.

Y nada, que es la primera noche en esta blancura ininterrumpida y Esteban quiera ya irse a dormir.

---

Salvo leves variaciones, Esteban siempre sueña con Lucía. Le enternece su sonrisa, la toma de las manos, se la lleva por los prados a pasear. Corren a orillas de la laguna y se sientan en los arcos de la iglesia a comer cerezas que cortan ellos mismos. [Ah, Lucía, ¿dónde estás?]

Y la busca cuando se le desaparece, cuando el mundo anuncia venírsele de cabeza. Va y viene por los campos, corriendo; llamándola a gritos, desesperado. Es que aún no se hace de noche, pero pronto se pondrá el sol. Lucía, Lucía. Lucía.

Entonces escucha una risita ahogada, y es ella que juega al escondite entre los arbolitos. Esteban puede alcanzar a ver sus piececitos escondidos entre tanta rama. Se estira, y la alcanza. Ella grita, se retuerce a causa de las endemoniadas cosquillas y se ríe, cómo se ríe. Ríe tanto que a él también termina por darle risa, y no puede más que cerrar los ojos y llorar del esfuerzo en sus costillas por las carcajadas. Ja, jajaja. Lucía. Ya. Jajaja. Para.

Y Esteban abre los ojos, y de nuevo el cuarto blanco con ventanitas pequeñas. Ya no oye a Lucía, quedan solos él y su risa hueca, y las lágrimas de nostalgia y tristeza en sus ojos. Lo peor de todo, es que con la nueva camisa de fuerza que le pusieron no se las puede secar.

domingo, 5 de octubre de 2008

Abrigo rosa, parte I

Pienso en un tren y una sonrisa desdibujada cuando evoco el rostro de aquella niña sentada frente a la ventana, en el vagón donde todos duermen apelmazados uno contra otro, cubriéndose con los periódicos de ayer, y usando las maletas a manera de almohada. La niña juega con su muñeca deshilachada.

Y espera ahí dentro, con su abrigo color palo de rosa y un gorrito café calado en la cabeza.

Se llama Esther, lo dijo tímidamente cuando una mujer de edad le abrió sus brazos para mentir familiaridad aprovechando el sueño de los vagos, y aplazar así la primera tribulación de la pequeña. Afuera llovía.

Con tedio, Esther aplastó su nariz contra la ventana, decidida a ignorar a la viejecita que le decía cariñitos y le preguntaba cómo se llamaba su muñeca. Exhaló repetidamente para después dibujar sobre el vaho en el vidrio una casa, un árbol, un carro.

Un guardia apresuraba los abrazos de novios y familiares que se despedían de aquellos que pronto marchaban y acaso, los olvidarían.

La casa y el árbol se habían disuelto antes de que Esther pudiera dibujar el rostro de su madre, apurándola a escaparse de ese hogar mancillado por los golpes de un hombre trastornado. Aquél que con su frustración y su aliento amargo colmó la paciencia de las dos mujeres. Por eso estaba sola en el vagón, aplastada, asediada por aquélla viejita indeseable. Su mamá se quedó en casa. Sólo la había ayudado a escapar.

Esther estrecha a la muñeca contra su pecho, y se pregunta si así como su madre le dejó en este vagón, ella habrá de dejar también a su compañera de trapo. No, que le haría falta mucha compañía. Su madre le mencionó el nombre del pueblo al que llegaría, le dijo que era un lugar de muchos días soleados, y que en el bosque vivían conejos. Esther se concentra, intentando imaginar qué tipo de árboles, qué color irá en la piel de los conejos, qué tanto calentará el sol… Y se imagina de nuevo su casa.

Tres días después, Esther vaga solitaria por las callejuelas del pueblo al que hubo arribado. Camina a pasitos lentos, con sus botitas resonando a lo largo del camino, arrastrando del brazo a su muñeca. Sus ojitos inquisidores tratan de hallar sentido a los caminos, a las casas, al rostro de la gente. Es verdad, hace mucho calor. El gorrito y el abrigo también se van arrastrando, porque la pequeña olvidó la maleta en la estación.

Voltea la vista a la derecha, y divisa un pórtico, una casa de madera. Se dirige a las escaleras para sentarse un rato. Acomoda sus cosas a un lado, y sobre ellas recuesta a la muñeca. Esther se queda dormida ahí mismo, apoyando la cabecita en sus manos, mientras pensaba qué haría, y en dónde habría de buscar a los conejitos.

Ahora es un sueño, porque de repente ya trae un vestido nuevo, con el que no le da calor, y sabe de alguna manera que su madre le espera en una casa en la que no habría ningún hombre. Esther camina por el bosque, sus huarachitos aplastando el pasto y una que otra hoja seca. Por la sombra de los árboles camuflajeando los rayos del sol, tan altos como las torres de electricidad que había cerca de su casa, el calor no quema. El cabello recogido, amarrado con un listoncito blanco y azul. Por ahí pasa un conejito, saltando la piedra sobre la que Esther se había sentado. La pequeña corre tras de él, hay que alcanzarle...

ejercicio #1

"Los buenos tiempos no vendran, ni siquiera jalados con grúa", pensó mientras revolvía el Coffee Mate en su taza de americano. Que no sabía nada de economía, era cierto; que la filosofía política le parecía vomitiva, también. Sin embargo, cada vez que sus ojos rescataban algún gesto de índole desubicada, cuando atrapaba al azar trozos de conversación al vuelo, algo así como "vivimos en una época de decadencia económica y recesión monetaria", o cuando algún doctor diagnosticaba algún fémur fisurado y músculos con esteroclerosis, se confirmaba su teoría de los vicios circulares sobre los que se regía la vida: eran igual de vertiginosos que los olores de drenaje saliendo de una alcantarilla.



-Pagó la cuenta.-

Luego, estaban las iglesias, cuyo perenne optimismo era tan irrelevante como un semáforo en cada esquina, o un anuncio de TVnotas en cada calle. Tanto se repetía su estandarte persignado, que resultaba un eco bastante amainado de los clamores que hacía tiempo la gente valoraba más que las sábanas frescas de su cama los domingos.

-Subió al metro-




Tal vez fue la época de apatía en la que creció, o el hecho de que sus papás no la llevaban a misa. Quizá la acústica de las iglesias hubo cambiado de estructura, o simplemente comprendió que deleitarse con la inifidad de sueños y placeres que ofrece una camita y una almohada eran infinitamente mejores que los rezos monótonos de una pavada de limosneros dedicados a la lisonja y a ocultar sus perversiones bajo el trémulo velo de la moralidad...



Entonces, el metro se detuvo en seco. Las luces se apagaron, y ella se encontró a mitad de un túnel en compañía de otros tantos hombres y mujeres ensardinados. Pobres de nosotros, se dijo, no sólo estamos atrapados en este vagón dentro de un túnel, también nos atrapamos en los taxis, en las duchas tomadas a diario como es debido, nos atrapamos unos en los otros, en un abrazo, en un apretón de manos, en un beso...



Todos deberíamos tener miedo, a final de cuentas. Llega un punto en el que no sabes si actúas por inercia o por decisión propia. ¿Compras el agua porque tienes sed, o porque en la tele te dijeron que te quita la grasa?

miércoles, 1 de octubre de 2008

Puedo mostrar

La última carta que sucede cuando todos están ocupados, es irrelevante, pero fuera de ella no hay más. Se dan cuando su relevancia es de todo o nada. Esa leve urgencia por vomitar lo visto, lo pensado, lo acumulado. Una necesidad turgente de catarsis de pensamiento, palabra, obra y omisión, como decía aquel tipo barbón con pretenciones de mesías.

Podría mostrar todas las cartas escritas sobre mi memoria inmediata, todas desesperadas, directas. Tan verdaderas y certeras como cualquier manifiesto milenario, que merecen ser leídas, pero se pierden en instantáneo. Si tan sólo alguna de ellas lograra traspasar hacia mi memoria poética...

Dádose el caso, nunca se olvidaría, y permanecería latente y perenne. Tatuada en mis ojos, insigne en mi piel, adherida a mis uñas.
Para muestra, basta tu botón.

martes, 30 de septiembre de 2008

reinvenciones

Quiero hacer de mi vida algo extraordinario. Así me dijiste.

Abunda la abulia en los lugares sin mar, sin sol, ni lunas. Así se ahogaba esa tétrica poesía. Entre tantos romances sin sueño, vagaban cual ciegos en un paraje desierto. Esta peculiar troupe de ánimos perdidos miraba con igual apatía el resplandor del alba como un pedazo de jamón podrido. Y eso era lo extraordinario de su suplicio autoinfligido: la superposición de una ausencia de asombro, la supresión de la sorpresa grata y de la sorpresa maligna por unos ojos que todo cubrían de neblina insípida.

Reinventaron el cielo, planteándolo color vino, sabor a sangre y olor a alcantarilla. Oían el canto de cisne brotando de sus propios oídos, anunciando la muerte de sus células auditivas por culpa de los audífonos al máximo volumen. Poco importaba. Igual que importaba poco la caída de cabello, o unos tenis rotos y la ropa sin planchar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Sí, lo recuerdo bien...

Sonrisa, sonrisa, sonrisa: qué bien se pinta el mundo con acuarela de risa y brocha de sones malvados extra-terrenales que nos embelesan y nos hartan. Nos confortan, nos hastían de placer. Y así la vida resulta bastante motivante y linda.

De qué va ésta, sencilla vida si no hay ensayos ni momentos para recapacitar después de la eterna masa colectiva que nos impulsa y no nos deja mirar atrás.

[Quince violines se suman al baile. En el jardín no hay espacio para ofuscantes denigraciones de la belleza y su fatalidad. No hay momentos ingratos, finding Neverland. I'm finding Neverland...]

Sí, era tan solo un acordeón. Pero queda la esperanza que al final tu cabeza tenga la razón y venza a la realidad.

Londres nunca fue para soñadores. Siempre hay bruma, si quieres verlo así. Nunca le dio por ver felicidad. Antes prefirió envolverse en su saco hermético de soledad y maravillosos ensayos oníricos. Era todo levedad.

Yo quise ser James Barrie. Dónde encontrarlo todo mas que en un lugar que nunca existirá jamás.

Extrapolar es una de las más deliciosas libertades que tenemos…
Todo es potencialmente candidato a convertirse en una inspiración/aspiración.

¿A qué vengo con todo esto? Nunca sabes qué incentiva recóndita de la existencia te va a encender la chispa adecuada, y de eso obtener motivos inspiracionales-atractivos.

De dónde saca la gente sus ideales si no es a base de prueba-ensayo-error. Sus convicciones, corrijo.

Los ideales pueden ser inculcados a base de puño y sangre. Las convicciones del ser humano, ese deseo, la ESENCIA, sólo se obtiene cuando comienzas a vivir.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Blanco

Yo que te dije aquella madrugada, cuando nos quedamos atrapados en la caja roja con vidrios de estrella y olor a café

Yo que prometí al aire nunca dejar de añorarte:

Te quiero en sueños
Te amo en los espejos rotos

Pero no te siento en el tiempo.

Te amo a instantes, pedazos de vida cojos

De vez en cuando te amo a medianoche
Te amo en negro
Te amo en el perfume de algún peatón
Te amo en la pared de pintura descarapelada

En realidad, verdaderamente te amaré
el día que yo cese.
(de recordarte)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Madrugadas

Desde las siete y media que no deja de llover. No puedo salir a bañarme, es lo malo de las casas así de viejas, con los cuartos separados y el patio enmedio.

Todas las noches buscando algo más para calentarse; además de frazadas, colchas y abrigos para pasar la noche.

Allá uno que se muere de calor, y aquí comienza ya a sentirse la inclemencia del frío.
(quiéreme, porque me esfumo...)


Continuará

lunes, 8 de septiembre de 2008

Re-offender

Un día despiertas sintiéndote la única persona en todo el mundo. Recoges el periódico, te ves barriendo el frente de la casa de al lado y saludas, caminas a la cocina para hacer café, hojeas el diario y lees, sin sorprenderte, que mientras dormías tuviste un accidente en la carretera donde hubo catorce muertos, ves las imágenes de tu cuerpo exánime dispuesto en distintas posiciones, algunas caras están cubiertas con mantas azules, pero eres tú; también firmaste la paz en medio oriente mientras fumabas dos pipas al mismo tiempo, pero empezaste a pelear contra ti mismo en alguna selva de latinoamérica.

Esa especie de omnipresencia que a ratos incrementaba tu curiosidad, pero que también la mitigaba, te confundía. Pensarte, saberte el único. Sin mayor compañía que tí mismo, en el amplio sentido de la palabra. Poder estar contigo en todos lados era tan inevitable que decidiste irrelevante conservar los espejos en el baño y en tu cuarto. Para qué, si podrías salir y contemplarte en el vecino.

Hasta los niños tenían la misma cara que tú, cuando eras chiquito. Estudiaban a diario las hazañas que, de repente, sucedió que habían sido logradas por tí. Tú, que ganaste la independencia para el pueblo, y al mismo tiempo le declaraste la guerra a tu propio país. Tú, que habías descubierto el fuego (¿cómo podría ser? Pero los registros te mostraban a tí, no había duda.) Y eras artista, eras cantante, eras pintor, eras el más pobre y el más rico de todo el mundo al mismo tiempo. Dabas conciertos y dictabas conferencias en todos lados. Incluso hacías misas para cristianos, judíos, musulmanes... En todas partes, aún y no te gustaran los gatos, no faltaba la ocasión en la que te encontraras a tí mismo cargando uno de ellos.

Los gatos te miraban enigmáticos. Como si comprendieran que eras el único, pero que podías ser cualquiera. Y se aburrían y te dejaban pero siempre volvían. Para ti todos los gatos eran el mismo gato. Sólo era uno, igual que tú. Lo mismo pasaba con los árboles y todo lo demás. ¿Cómo enamorarte de alguien que era tú? Esa especie de narcisismo, al principio excitante y vanidoso, terminó por irritar tus noches, pues parecía que dormir con otro tú era como la soledad multiplicada por dos.

La ansiedad derivó en una aturdente inquietud por saber, por imaginarte qué sucedería cuando murieras. El mundo habitado por tí se derrumbaría. No habría más niños, ni vecinos, ni viejos, ni mendigos con tu mismo rostro. De cualquier manera, primero matarías al gato, para acabar con esta paranoia.

Y todos los gatos desaparecieron.

domingo, 31 de agosto de 2008

dueto

Monterrey y yo fuimos lo que fuimos:
Ella una ciudad y yo una persona, que nunca supieron encontrarse una en la otra.

Intentamos cambiar de corazones más de una vez, y buscar en más de dos una razón existencial.

Más de dos: ella más de dos siglos -incluso más de cuatro,- yo en más de dos personas.

Las dos necesitamos del sol para ser nosotras mismas...

Desde siempre, fuimos lo que fuimos. Cada una aprende a su manera a protegerse (tal vez a condenarse) de lo que seremos mañana.

Sin sorpresas,
creo que es por eso que (no) volveremos a estar juntas
(más).

Gracias por ser septiembre

Unos cuantos meses sin sol,
Unas cuantas mañanas con frío
Unos cuantos viejos con sed
Muchas palabras dolidas
Muchas lágrimas repartidas
Muchos besos robados

Un sólo par de labios
y un sólo par de manos
idolatrados
(uno del otro)

Los mismos ojos, viendo distinto

Viejo, nunca pudimos tener el mismo tino

miércoles, 27 de agosto de 2008

Fénix

el hombre debió llamarse así,
pues cada vez que sucedía algo,
se levantaba de sus cenizas y volvía a nacer

Era como un dejo de persona: jirones de piel colgando igual que sus ropas raídas.
Las plantas de los pies a carne viva, uñas negras por incontables infecciones, el cabello seboso y un olor a rancio insoportable.

No era hombre.
Tampoco era un animal.

Dormía oculto bajo plastas de basura. Periódico y cartones que yacían tirados en la acera eran las sábanas de aquel enfermo condenado. Su despertador era el sonido de las motocicletas que repartían, a eso de las 5 de la mañana, los periódicos. Nunca probó el yogur.

Caminaba durante el día, peregrinando de iglesia en iglesia hasta llegar al centro de la ciudad, como para formar parte del cuadro turístico: edificios bellos, estatuas pulcrísimas, árboles... y él, monstruo.

Esos ojos arrugados de tanto recibir de golpe los rayos del sol, la boca marchita por tomar agua de lluvia cada vez que el inclemente clima del semi-desierto se lo permitía, los dedos grises y envenenados.

Ya nadie le daba dinero. Ya venía siendo su hora de partir.

Avanzó hacia la fuente, llena de moho y bolsas de papitas. Miró su reflejo en el agua... No supo articular palabra. No sé si alguna vez lo hizo siquiera. Tampoco si podía entender los diálogos entrecortados que circulaban a su alrededor, con toda esa gente en movimiento. ¿Qué tal si él era el testigo de todos ellos, y no al revés? Qué tal si él era el único y todos los demás eran un círculo de lodo, ciclándose para evitar disolverse en el agua y en el aire.

Lo que sea. De cualquier manera, él era el fuego.

Ardió.
Ardieron sus manos, ardieron sus ojos. Al no poder controlar la quemazón que sentía dentro, intentó calmarla haciendo contacto con el resto de su cuerpo. No pudo. La carne sin piel también ardía.

Tal vez, sólo tal vez, eso podría ser el nuevo comienzo. Despertaría y se daría cuenta que es otro día, un cuerpo nuevo, sin costras, sin cicatrices, sin ojos lagañosos. No sería basura, sería una casa. No serían monedas, sería comida. No sabía. El fuego subía ahora hasta su pecho, carbonizaba su estómago. Ahora sus pulmones, la tráquea, la garganta que nunca articuló palabra... La fiebre lo convulsionaba. A unos cuántos metros, una parejita de adolescentes idiotas intercambiaban sonrisas y manos tímidas, una madre discutía con su hijo, unos novios comían nieve.

Mientras- frente a ellos- el fénix se quemaba, se moría, renacía; en plena Macroplaza.

lunes, 25 de agosto de 2008

Ahora

Ahora que te pienso, ya no veo nada, sólo te dibujo.

Te imagino como el fénix que cada mañana se quema ante el espejo para levantarse de sus cenizas... Sin miedo, sin espirales, sin brillo. Sólo el fuego de vida que emite su mirada, y esa voz lastimera y lánguida con la que anuncia el principio de sus nuevos días.

El fénix llora antes de que su ciclo recomience: llora de agonía para anunciar su muerte, y prepara la aveniente belleza de su nueva vida.
Y yo que te vi llorar a través de tus letras, de tus miradas, de tus manos rotas y tu cabello crecido.

Con barba, sin barba.
Con lentes, sin ellos.
Con ropa, desvestido.

Yo que te vi caminar descalzo, andando entre vidrios rotos, cual vagabundo sin esperanza. Cayendo en el vacío de no encontrarte, y aun así no saberte completamente perdido.

Yo que sentía no poder llorar contigo, y que ansié sacarte mil y un veces de aquel pozo encharcado en el cual te hundiste hasta los ojos. Ahora que te pienso, no llega a mí ni un asomo del hombre que fuiste.

Para mí ya no eres hombre.

Ahora, para mí sos como el fénix, que fuerte y bello se eleva para combatir con fuego cada madrugada.

No recuerdo nada más.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Tout est calme

Tout est calme
excepto la velocidad a la que escribo
a grandes trazos y desviados pensamientos se van llenando los subconscientes recuerdos
ahora tangibles, después terriblemente lejanos

TOUT EST CALME, menos el piano del vecino
No hay nadie en la calle
el gallo canta pausado
todo, incluso yo, está calmado

Por un momento el estruendo de los carros se silencia
la vida transcurre enmudecida
hay movimiento, pero sin ruido
todo parece estar calmado

(aquí no hay nadie)

Los nuevos cotidianos

2. la habitación
el piso es de madera
las paredes,la puerta
y las cortinas:blancas

yo soy un punto negro
entre la multitud de cuartos y ventanas
que sofocan la ciudad

Aquí no hay montañas
Hay cerros, ambulantes, camiones
puestos, mercados, asfalto
y tren ligero

Aquí no hay montañas en cada punto cardinal
hay metro, protestantes, porros
familiares

Aquí no hay montañas que se ven desde mi ventana
(tan hermosas)
pero sí tráilers, vidrios, edificios
y gente, gente, gente...

lunes, 14 de julio de 2008

Stellet licht II

La luz silenciosa es como el agua:
inodora
incolora
insípida

No huele a ningún recuerdo
No sabe a ningún tipo de experiencia

La luz silenciosa de un beso no tiene memoria
Es sólo un instante exprimido y forzado a expandirse
(y repetirse)
por el tiempo
a través del universo

Luego se pierde,
y no vuelve más.´

Como una lágrima perdida:
la terrible tristeza
furia contenida,
expresada en una sola gota de repudio
cuando el dolor es tan en vano
que ya no sabe siquiera a flaqueza
o decepción

Quotidienne II

las cucarachas entran por el espejo
a eso de las 3:20 de la mañana
mientras el vecino toca el piano,
sus viejos duermen
y el bebé del segundo piso llora
berrea
y se vuelve a dormir

y las cucharachas se pierden entre el armario
los huecos por las entradas del aire acondicionado
se suben a la cama y duermen
se cobijan bajo sus cabellos
se abrazan a su cuerpo
especialmente a sus cachetes

buscan algo, se retuercen
comen un poco de su almohada y,
poco antes de que el sol huraño diga que amanece
el diablo sale, las llama
ellas atienden con un aleteo
abandonan la alcoba
por el mismo lugar del que salieron

te lo cuento porque una noche me encontré en la calle a una de ellas
se trepó a mi cuerpo
recorrió mis labios, mis brazos, mis ojos
y al final se acurrucó en mi oído
me habló de ti
y de cómo habría de morir

bagaje

puedo decir, con evidente egocentrismo
que he recorrido todo el mundo

he visto la ingenua melancolía que invade a los caídos
he besado el limbo de los olvidados
tomado de la mano al silencioso vaivén de un sueño

he abrazado y sonreído a la traición en forma de sombrero y labios de artista
he visto con los ojos del olvido
y sido cacheteada por el sino de mi propia historia

he sido sanada
y mil veces herida

he sido perfume
sonido

he sido violeta

digamos que ahora estoy sola,
violeta, violenta y lenta

martes, 1 de julio de 2008

La derrota

Es la historia de un hombre que se cansó de intentar hacer un esfuerzo, y abrir los ojos cada mañana. Así pues, hubo de quedarse ensimismado, con los ojos cegados por la furia, el coraje, el asco de cada madrugada.

Con la caída, pensé que se hastiaría de una vez por todas de sus vicios.

El mendigo derrotado, con lágrimas en los ojos, botella en mano. Suplicaba y gritaba a pulmón abierto. Sollozaba y maldecía a todos: al karma, a Dios, al país, al vecino. Y me pedía amor al tiempo que rozaba mi mano, acariciaba mis cabellos, susurraba canciones a mi oído...

Era un bastardo hermoso, con ojos profundos de melancolía contemplativa y labios delgados. Y yo lo amé. Lo amé tanto que las lágrimas hubieron de salírseme por los ojos mientras él, furioso, desquitaba su ira contra el transéunte que compartía con nosotros la acera. Mientras yo pensaba que era muy difícil explicar esa necesidad de aferrarse a lo físico, de escupirle a lo que no se parece a uno mismo, del futuro y el pasado colapsando nuestro presente.

Luego me le quedé viendo al mendigo, y comencé a llorar.

lunes, 16 de junio de 2008

I had a girlfriend, and she was blue

Jun. 2nd, 2008 at 2:33 AM

Azul es el cielo, con las nubes paseándose lentamente sobre él. Se confunde con el mar, si no fuera por ellas, no distinguiría dónde comienza el aire azul y dónde su reflejo. Hacia el horizonte, todo azul.

Por un momento me pierdo entre el paisaje, y comienzo a visualizar tu rostro entre las piedras. Se ve como ceniza.

Y cierro los ojos, se va palidenciendo más tu recuerdo, el perfil de tu sonrisa.

Y cierro los ojos, te pierdo entre las rocas, y la ceniza se vuelve mi azul.

Te des-cribo.

Por alguna extraña razón, te pierdo.

sábado, 14 de junio de 2008

Pulsar

Estoy sorda, ciega,
manca.
Me despierto en las mañanas con diez neuronas menos que el día anterior.

Olvido mi bolsa en los restaurantes.
Me pierdo al llegar a mi casa.

Pero puedo ver todo, cuando cierro los ojos
Sin necesidad de ningún tipo de droga.

Viva la vida
Siento el pulsar
Y tu cabello

Sucede que ahora puedo ver hasta la luz más intensa y blanca
que se posa frente a mí

Escucho ruido
Y las voces de cánticos de iglesia...

No creo que San Pedro me deje entrar por su puerta, mañana en la mañana.

martes, 10 de junio de 2008

Yo me curo con rumba

Está la luz, que se refleja en el espejo en vez de mi reflejo. Está la ventana en la esquina, y las luces de allá afuera; estrellas caídas.
(¿Está ella durmiendo al lado?)

Estoy yo escribiendo en silencio, pero lo más rápido posible. Y estás tú, en algún lado, encendiendo un cigarro, escuchándo música y tendiéndote en la cama.
(Tal vez solo, tal vez acompañado)

Está el sudor de las noches del jueves. Las vueltas del viernes. Los besos, impulsos reprimidos durante la madrugada.

Estoy yo, sin pensar, esperando reír. De ratos me siento pequeña y no comprendo el mundo, girando, vacilando.

De corazón.

lunes, 9 de junio de 2008

auto.instantánea

sin querer, y sin siquiera desearlo, he soñado contigo
extrañé tu cabello corto
te recordé
sentada en la hielera

y estos dos pianos...
no hacen más que cantar a gritos lo que nunca prometimos
lo que siempre estuvo ahí
nuestra fotografía
autoinstantánea

sábado, 7 de junio de 2008

Golpes del destino

Una noche de verano, hace diecisiete años.
La verdad, lo único que queda de esa ilusión
en la noche de bodas

es el vaso en el que guardamos los cepillos de dientes
en el baño.

miércoles, 4 de junio de 2008

alegría efímera

en medio del cuarto, dibujaste el círculo como simbolizando el mundo entero.
sin puntos, sin mayúsculas. nadie es más alto que otro. pero siguen los acentos.

hay cosas que vale la pena enfatizar. es la consigna, es el mundo, y por un momento da mucha risa.

los pasos acompasados no permiten que se pueda echar una mirada fugaz hacia atrás. el que se detiene, choca.

el mundo no se parará,

sigue girando.

hay muchas risas. pero pausa. el mundo se detiene.

las escaleras bajan. todos comienzan a llorar.

domingo, 1 de junio de 2008

El bar sin nombre

Estar sentado en el sillón, sorbiendo del vaso con apatía extrema. Mirar hacia un lado, al otro, y no ver nada salvo paredes rojas, pantallas de plasma y siluetas de camellos.

No, no estás ebrio. Así es el lugar.

Las manos entumecidas por el frío del hielo licuado, y el vaso herméticamente adherido a tí. Por decidia, no habrá de soltarse. Y tú tampoco habrás de dejar de seguir tomando.

Deja el tú. Duerme al yo. Jálala a ella.

El ruido que se vuelve música, y luego ensordece de nuevo. Basta de poses ensayadas, de gestos premeditados. Todas son guapas, se ven igual, qué más da. Con que al menos una termine en el sillón o en la cama.

Es lo mismo, pero no es igual.

Ahora empiezan a trepar por las paredes, y sientes hormigas que corren por tu cara. Deja el vaso. Sal a caminar.

Extraño tu recuerdo...

Vuelves adentro, y te das cuenta que el lugar es grande aunque de fuera se ve pequeñísimo. Una puertita negra, ninguna ventana. Alrededor, la música, cabellos al aire. Y el baile.

Todos son juguetes, todos están lindamente predispuestos a rodar y volverse a demacrar la noche siguiente. Al final, son desechables como tú. Así que, ¿cuánto te va a costar, querido devoto de la madrugada?

En lo que salga el taxi.

Su mano, tu mano, el cabello y la cara que escurre sudor.

Hello little boys, little toys...

Entonces, subes a un carro, abres la ventana. Sacas la cabeza. Te vas a marear. Pero ella va a tu lado.

Opciones de entrada:

la puerta,

no encuentras la llave.

la ventaja,

tienes que cargarla a ella primero.

el plegadizo del piso de arriba,

va.

Déjate caer.
Déjala aventarse.

¿Cómo se llamaba el bar?

viernes, 30 de mayo de 2008

Volver

Primero que nada, necesitaría una dosis fulminante de regresiones masivas, acompañadas de varias horas de música lastimera y deprimente. Para evocar tu recuerdo, no hace falta mucho esfuerzo. Para añorar tu presencia, se requiere de más...

Más... ¿café?
¿alcohol?
(cerveza, vino, lo que quieras, en litro, en botella)
A veces sólo se necesita un olor, un dejo de loción captado por azar, al vuelo.

Tal vez una película, un rostro, un gesto ajeno, una mirada.

Je dis aime, et je les aime, sur ma planète.

Pero no te veo.
Y tampoco te puedo (d)escribir más.

Entonces, adiós.

jueves, 29 de mayo de 2008

Stellet licht

Pusieron los papeles a su nombre, mientras ella se resquebrajaba de fiebre en el hospital. Pero había tenido siempre esa eterna y constante luz silenciosa que les hacía creer que se iba a recuperar. Mientras tanto el notario firmaba, y Marlène vomitaba sangre en el bote de basura al lado de su cama. Tenían la vaga pero permanente convicción de que pasados los vómitos, ella podría irse a su casa, continuar con el tratamiento, el baile. El doctor había dicho que a su edad, a pesar de su condición, Marlène sería capaz de valerse por sí misma. La madre podría entonces reclinarse al fin en su hamaca y pensar para regocijo de sí misma que pudo con una hija desquiciada, que lo que pasara después ya no sería su culpa pero que podía reclamar de vuelta las atenciones invertidas durante dieciocho años cuando ella tuviera unos ochenta...

El dinero que se ahorraría, las cosas que se compraría con él. Incluso podría marcharse a la playa, pagarse un tour. Invitar a aquel susodicho amante a vivir con ella de tiempo completo, sin interrupciones de índole maternal...


"La esperanza muere al último."

Cierto, Marlène murió primero.

martes, 27 de mayo de 2008

Cotidiano

Y hoy hemos vuelto a llorar por ti, y consolar a los niños hirviéndoles té de manzanilla sin explicarles por qué aún no pueden salir al patio a jugar. Ya han dibujado tu silueta en el cemento, hurgado en tus libros y tus cosas para encontrar una razón. Los niños se aplastan contra la ventana, pero no pueden ver hacia afuera y contemplar el jardín, pues todavía no hemos limpiado las manchas de sangre ni removido tus zapatos del pasillo. Aún teníamos la esperanza que fuera una de tus asquerosas bromas, como la vez que te dibujaste un moretón gigante en la mejilla con tinta permanente, o como la vez que decidiste saltar de las rejas colosales en la iglesia, y esparciste sangre falsa por toda la pared.

Pero no.

Mientras íbamos a misa, como todos los domingos, decidiste que renunciarías a lo cotidiano: intercambiar tus risas socarronas de todos los días por nuestras lágrimas constantes durante las últimas semanas. No hemos quitado ni la cuerda ni la navaja por instrucciones del policía. Pero los niños no pueden salir a jugar.

6:59 a.m. (o la vida cotidiana)

¿Qué hace la vida cuando no baila?
¿Qué hace la poesía del mundo cuando no inspira?
El escritor se revuelca en su charco de herejías
El bailarín engorda sus bajos instintos
Y el artista llena hojas completas de mentiras

¿Qué hace el sonido cuando se ahoga su melodía?
El músico no respira, y el vago se redime
Baila el Papa, llora el joven.

En lo más alto de la calle, los taxistas fuman su última porción de mariguana

Sabemos que en este retrato
cualquier cosa nos repugna
Pero por dentro, la envidia nos corroe

A las siete, empieza a llover.

viernes, 23 de mayo de 2008

19-2000

Los paseos en bicicleta están en peligro de extinción, en estos tiempos. Puede ser lunes y los monos se pasean por la calle con cara de desvelados, y el maletín en mano.

Son tantas deformaciones que ya ni sé en qué tipo de mundo, ni en qué año vivimos.

miércoles, 21 de mayo de 2008

resumiendo

es mayo
es abril
es la nieve que se aferra al pestillo de la ventana
es la gota de lluvia negra que se aplasta contra tu cara

es manipulación
es coincidencia
es el piano que tocas a media luz la noche entera
son las hojas gastadas del libro de segunda mano sobre tu mesa

es decepción
es rencor
es la coartada que usas siempre que quieres alejarme porque te aburre mi presencia
es tu caricia escurridiza que se cuela por mis piernas

es un ojo
es abrazo
la uña carcomida en espera postergada
el vaso y la copa abandonados mientras compartíamos la cama

es un verso
es poesía
es la rima que tanto odias
porque es repetitiva y ciclada

es verano
el otoño de un abrazo
duró un año, o algo así:
es el recuento de los últimos días,
antes del volver a comenzar

lunes, 19 de mayo de 2008

la insistencia de la sombra

Escribía en los billetes de lotería las palabras que pensaba en decirle cuando lo viera de frente, o los versos que se le ocurrían mientras lo veía dormir, en los papelitos que le sobraban cuando le daban el comprobante de pago, o las servilletas del café.


Publicarlo ahora o guardarles para mañana... Pero al final, siempre las tiraba. Con ellas envolvía las bolsitas de té.


Y se decía:
Otro día, después.

De cualquier modo, las palabras insistían en acecharla. Se arremolinaban en su cara, en sus manos, en la rodilla.

Y cuando le veía, y él preguntaba que en qué pensaba, ella seguía cometiendo la estupidez de responderle: "nada".

Por fin, un día, cuando reunió el coraje suficiente para decirle lo que pensaba, lo que quedó se le antojó hueco. Ya no había palabras. Quedó la sombra. Entonces se fue porque todo se sentía tan ligero que decidió que no podría volver a describir su amor.

Bastaba ver el reflejo de sus ojos en los suyos para no volver. Jamás.

domingo, 18 de mayo de 2008

Moderar comentarios

La oscuridad engulle la vista
opaca la luz reflejada en nuestra almohada

yo me deslizo de nuevo
hasta tus brazos
hasta que me ahogo en tu abrazo

te beso hasta morir
para que cuando alce la mirada y no vea nada
no sienta el vacío adjunto a la negrura de estas noches

y antes de descifrar tus gestos
tus caricias
prefiero reclinarme en tu abdomen
tu espalda
y mirarte dormir

desde el primer beso
el primer suspiro arrebatado a la fuerza
he estado pensando
en el día que nos habremos de destruir

por eso prefiero verte a los ojos
mirarte fijamente
sin pensar en nada

desde ahí la oscuridad se ve mejor

miércoles, 14 de mayo de 2008

La fenêtre

Me reclino en el sillón mientras te observo tocar el piano. Tus manos corriendo de una tecla a otra, cantándole canciones a la ventana. Hace falta el acordeón y hace falta el violín y la guitarra para que pudiéramos volver enteramente a París. O mínimo a la calle Londres esquina con Amsterdam, en la Condesa; a ese café en el que mientras cenaba pasta y lasagna con huevo me dí cuenta lo mucho que te necesitaba, y cuánto quería que estuvieras conmigo en esa mesa, mirándome de frente, tomando de la misma copa de vino. El día en que decidí romper el silencio en el que nos habíamos sumergido, para que nos reuniéramos a pasar juntos la noche del 24. El día en que comenzamos a vivir juntos, y la primera vez que hicimos el amor... (con amor).

Después, pasó el tiempo. Noches, días, cenas, almohadas, camas, discos nuevos, y llegamos de nuevo al momento en el que te miro frente al piano, concentrado en componerle canción a la ventana del comedor.

domingo, 11 de mayo de 2008

Marlene Dichter

todo le festejaban a la idiota
el pie
el brazo
la uña machucada de la mano

cualquier palabra justificaba un abrazo
"baba"
"perrrrrro"
"güevo"
"cedeza"

cuando se paró en el escenario
con la canasta en las manos
la falda larga, y los moños de tocado
nadie supo articular palabra
ni aplaudir
por miedo al espectáculo

cuando giraba ondulando la falda
dando vueltas
arrojando y recogiendo flores
todos los viejos se retorcían de risa

todos, excepto un personaje en la tercera fila

cuando la idiota salió en el último acto
y comenzó a bailar
era tan desinteresadamente irreverente
tan inocentemente bello
y patético
el rostro, los movimientos que salían de su cuerpo
que el auditorio entero se puso a llorar

el personaje de la tercera fila,
se incorporó de un salto
salió del lugar

al llegar a su casa
se suicidó

era el papá de la idiota
era el día que por primera vez veía a su hija

prodesse et delectare

era una paja, absurda
volando entre ramas y alfalfa
era amarilla y sin vida
y las hojas de tulipán le eruptaban
en su cara

era un militar en tierra de nadie
con dos abismos a sus lados
y alambre de púas amarrado a sus dientes
trincheras que le condenaban
sin más pecado
que querer regresar a su hogar

era un poeta sin manos
sin boca, y cojo
como un ratón rodeado de serpientes

encontró a la tortuga marchita
el caparazón a punto de podrirse
era más pequeña que la palma de su mano

la paja triste empezó a llorar

la tortuga había amanecido entre los troncos
tal como amaneció el soldado, fusilado en la trinchera
como cualquier pedazo de tierra
pequeña, oculta

los pájaros se comieron su carne
la escupieron a sus bebés pajarito en la jaula oxidada

dejaron hueco el caparazón
y las cuencas de los ojos del soldado

domingo, 4 de mayo de 2008

Gravity won't get you high

So you were downstairs, trying to clean the table
and you found the white dust in the kitchen
It was only milk for the baby, dear
You were sober and you ain't mad
gravity won't get you high

Era una canción gris y malvada para un cielo colmado de nubes color hueso. Violeta tenía frío. No se había bañado ni tampoco había tenido la decencia de quitarse la ropa que traía desde el día anterior. La botella de vodka frente a ella, e inmediatamente a lado, estaba Andrea.

Mario estaba tumbado en el sillón, refunfuñando para sí mismo. Que si tenía trabajo de más en la oficina, que si los papeles del registro. Violeta lo mira y sonríe lacónicamente mientras acerca otro vaso a sus labios. No puede ser que él se esté convirtiendo en un señor. Llega demacrado del trabajo, se levanta enojado porque habrá tráfico. Le reclama a la radio por anunciarle desgracias como el que los intereses hayan subido en un 7% y que la bolsa haya caído 2 puntos. Si seguía así, lo más seguro es que ella terminara sacándolo de la casa. Para economistas, podía ir a vivir con los vecinos.

Andrea era la hermana menor de Alejandro, el que se murió al caerle una piedra en la cabeza mientras hacía una excursión de montaña. Violeta lo conocía porque estuvieron coincidiendo durante varias ocasiones en el metro. Luego a Violeta se le cayó un paquete de libretas y Alejandro, todo un intento de educación, le ayudó a recogerlas. Violeta no podía sino responder a ese gesto invitándolo a cenar en su piso.

Resultó que Alejandro era de esos licenciados normales que toda la gente conoce, pero tenía ese complejo de boy scout. En realidad ganaba más dinero de guía en los recorridos a la montaña que siendo asistente ejecutivo del vicepresidente del departamento de relaciones públicas. Lo que sí le asqueaba era que la mayoría de las veces lo contrataban mujeres cuarentonas que querían "un deporte más extremo". Pero con tal de que le pagaran, pues iba.

Eso le contó a Violeta, pero ella pensaba que en cierto modo se sentía orgulloso, y su ego se revitalizaba, cada vez que decía "soy guía de mujeres cuarentonas".

Dejando de lado su lado terriblemente egocentrista (pero bueno, quién no lo era entonces), Alejandro era agradable. No contaba las mismas pavadas que la mayoría de los hombres intentan decir cuando les gusta alguien. Nada de cumplidos idiotas ni sonrisas ensayadas. Tal vez por eso Violeta se sentía cómoda cuando lo veía. Sabía que nunca podría trascender más allá de las visitas esporádicas, pero no le interesaba. Por él comenzó a coleccionar fotografías de montañas, que aún seguían colgando en una de sus paredes del estudio. Adquirió el hábito de comer zanahorias y usar ropa holgada. (Alejandro le retó a que comiera zanahorias y comprobara si era verdad o no que la piel se coloraba más naranja, y también le decía que le gustaba ver sus bracitos flacos colgando de blusas guangas.)

La verdad es que Alejandro murió en el accidente y Violeta no se volvió ni un poquito más naranja, pero las siguió comiendo de todos modos. Las blusas aguadas fueron remitidas a lo más profundo de su closet después del funeral, pues ya no tenían nadie más a quien agradar.

En ocasiones, antes de dormir, o cuando el día está inusualmente despejado y las montañas le roban una mirada, Violeta se queda contemplando los riscos y se pregunta exactamente el cómo habrá muerto Alejandro. Sí, una piedra grande le golpeó la cabeza. Sí, la piedra estaba floja y el estaba escalando. Pero, ¿le pegó en la ceja, en el cráneo, la frente? ¿Se desangró consciente o ni siquiera sintió que estaba muriendo? Se lo imagina cayendo de bruces, con las dos manos estrechadas contra la cabeza, los ojos medio cerrados, y corriendo entre las plantas y perdiendo el sentido de ubicación de vez en cuando hasta, cuando las rodillas le flaquean, se dobla contra el piso, se traga uno de esos gritos de dolor punzante por la herida en la frente, y se queda boca arriba con los brazos doblados, luego extendidos, llorando de dolor hasta que las lágrimas le nublan la vista y él se queda dormido hasta que finalmente puede morir.

La gravedad. Por culpa de una piedra, lo que puede suceder.

Violet Hill

I took my love down to Violet Hill
There we sat in snow
All that time she was silent still

Violeta miraba las gotas que caían del encino mientras Mario se vestía. Recostada en la cama, pensaba en la película que vieron la última vez que fueron al cine. La actriz fue asesinada, brillantemente asesinada. La declararon enferma, y los perros le comieron ls piernas. Violeta recuerda también que Mario intentaba besarla, pero ella desistía. Dócilmente intentaba rozar sus labios, alcanzar su boca, hasta que se desesperó y con una fuerza maldita la tomó de la mandíbula con su mano derecha y le hizo voltear a mirarlo. Nunca a nadie le había dado un beso a regañadientes. Fue un beso grosero, con sabor a palomita. Un beso corrioso y urgido, que gritaba la furia contenida de Mario por ser desdeñado.

No la quería, no la quería. Pero cómo deseaba tocar su cara, besar su cuello, tomar su mano. Y Violeta permanecía quieta, respondía a los besos, aceptaba su mano. Pero nunca suspiraba, ni lo miraba. No le hablaba. Violeta-Pérfida era como una de esas sombras rebeldes, que en lugar de seguir a su dueño, caminaban a su lado como queriendo escapar de él.

lunes, 28 de abril de 2008

Días ligeros

El error comenzó con un beso
Beso tierno, apurado, explosivo
Beso profano, beso insensato
Beso corrosivo

El amor comenzó con dos manos,
dos ojos, dos labios
dos deseos
vigorosos,
y llenos de delirio

La canción comenzó con un olvido
se paseó por pensamientos clandestinos
por engaños traicionados
y terminó con un silencio armonioso

El vals comenzó con una imagen sin lamentos
con un imbécil con pretenciones de marfil

Terminó con un retrato de manos blancas
ojos bellos,
labios delgados
y saliva rancia

En el principio, estuvo el defecto perfecto
Al final, se borró todo

Quedó el azul

Luna

Nació en el parque, colgada del cielo
a veces ciega
a veces en columpio

El rostro albino
y los ojos blancos
destilando luz

Nació de noche, brillando azul

Luna creció afanada
entre calles desiertas
dolores de madrugada
y gatos que le perseguían en su recorrido

Entre magos y adivinos, y esos dibujantes
que jugaban con ella

Niña pagana,
diosa del destino

Le llora a los amantes
al deseo del mar
protege a todos
y luego los golpea

hasta arrojarlos al precipicio

Tres poemas para Adán

En un principio, estaba la manzana
que al atorarse en tu boca se hizo nuez
luego obsesión
y al final quedó escondida entre palabras reprimidas

Después fueron las hojas, por vergüenza
y en pos del pudor vano
fueron elegidas para cubrir tus irrisorios materiales
creadores de vida

La sed, el hambre, la muerte
Caín y Abel:
La culpa no es de uno solo,
recordá que compartimos el mundo

recordá que compartimos un poco
de la misma costilla.

domingo, 27 de abril de 2008

Hematomas

Hematoma:
Sangre coagulada que se mezcla con estiércol en mi almohada
en mi cara y en tu cama, en la líbido del día
y la inocencia de una madrugada sin sabor
de una mañana sin frío

Hematoma:
La palabra masticada que describe mis rodillas y nudillos
la pasión y la furia reprimida que se extiende por el cuerpo
al no poder romper la piel.

Hematoma: un beso frustrado
con tinta roja
que sabe a sangre

II

Quisiera trascendcer la materia cotidiana
del sombrero, el apretón de manos y la sonrisa tonta
toma un morétón
toma el golpe, el beso
la herida
(soy yo, en la tierra)

yo soy un hematoma enterrado en tu boca,
sangre que se mezcla con tu risa

domingo, 20 de abril de 2008

Nothing Better

extraño cuando escribías, y tomabas vodka
al tiempo que me acariciabas la cabeza
si pudiera, volvería a tirarme en el piso de tu cuarto
me quedaría dormida


porque nunca hubo nada mejor que abrir los ojos y verte
sosteniendo la botella contra tu pecho, delirando
con todos los cuadernos tirados a tu lado
y la lámpara prendida

¿no sería lo mejor, el volvernos a rentar un cuarto de motel
de vez en cuando?
yo durmiendo, tú escribiendo
yo soy polvo, eres viento


y al final
nos largamos sin pagar

martes, 15 de abril de 2008

La última carta

En un día irrelevante, Violeta se despertó de golpe. Sentía que aspiraba polvo cada vez que respiraba, se asfixiaba. El estéreo seguía encendido, las puertas abiertas. Ah, la ventana no estaba cerrada...


Posó sus pies descalzos en el piso, aferrándose al buró frente a su cama para no caerse por el mareo que le venía todos los días al levantarse de ella. El suelo estaba frío, hacía calor. Afuera, a través de la ventana, el cielo era café...


Salió de su cuarto para asomarse y ver si había gente en la casa. Nadie. Bajó a desayunar. A través del ventanal, el cielo seguía siendo café.


El sonido de la cuchara golpeando suave, rítmicamente el plato de cereal se multiplicaba en ecos a través de la soledad en la casa. Cuando no había nadie hasta sus pasos descalzos se escuchaban, del sótano a su cuarto. A Violeta le daba miedo. Lo ignoraba constantemente, pero muchas veces le asustaba.

Era una aversión a la soledad que había sido tantas veces viciada.

viernes, 11 de abril de 2008

Huesos desviados

Lo incómodo del cabello corto, tal como lo traía Violeta, es que cuando le daba calor, no le alcanzaba el largo para hacerse un chongo. Así que mientras esperaba al camión, no le quedaba más que morir horneada por su propio pelo, y con los hombros quemándosele por el sol que caía directamente sobre sus hombros y la espalda otrora tapada por esa espesa cortina de hebras teñidas de algún color extravagante.

Iba pensando en lo que habría de contestar al gerente con el que se entrevistaría para el trabajo:

Sí, mire señor. Yo quiero que me pague. No me interesa crecer en el ámbito laboral ni conseguir oportunidades. Lo que yo quiero es que me retribuyan mis levantadas a las 4 de la mañana para checar mi tarjeta temprano y coordinar papelitos cada vez que a usted se le hinche. Le puedo redactar lo que quiera, no me interesa mucho qué sea con tal de que cada quincena yo pueda obtener regalías, ingresos, bah, como le llame. Por mí está bien, pero pague.

No eso no era muy alentador. Al menos, no para el gerente.

Pues sí señor, la verdad no me gusta que me hagan preguntas de este estilo, porque yo no sé quién soy. Si me pidiera describirme, no podría asegurarle "soy responsable", porque a veces soy bien mediocre, o que "soy respetuosa", porque casi siempre me tiene sin cuidado el limitar mis palabras porque puedan ofender a alguien.

No hace falta decir que de los pocos talentos que poseo, ninguno le atraería. No creo que le interese saber que no me gusta el baile, que es una ironía que escuche a Serrat y lea a Sabina, porque no soporto su voz ronza, y sin embargo me derrite su poesía ácida y ocurrente. Siento que usted me inspira poca confianza, y mire, aquí me tiene soltándole una sarta de confesiones atípicas.

No, eso tampoco. Ni que el gerente fuera terapeuta. Lo último que necesitaba era trabajar en un departamento de psicología.

El camión se detuvo frente a ella con un chirrido espantoso. Lo abordó, pagó al chofer (gracias, el bato no traía cambio), y se sentó en los asientos de enmedio, al lado de la ventana. A ver, repasemos otras posibles respuestas para la entrevista.

¿Qué edad tiene?

Cuarenta y cuatro, respondería ella, inmutable, como si fuera una verdad indiscutible.

¿Algún padecimiento que usted sufra? Alergias, reacciones, enfermedades crónicas...

Pues creo que ninguna, salvo alergia al chocolate, y tengo todos los huesos desviados.


Posiblemente, si contestaba así el gerente la iba a mandar sacar de la oficina. Violeta tuvo que resignarse a formular respuestas convencionales, en las que ensayaba su ego y trataba de parecer inofensiva, y con suerte no tener que explicar que la razón de sus ojos lilas es porque era albina.

Hola Juan

Se sentía muy feo, tener que abandonar su casa...

Tuvo el impulso de cortarse el cabello. Inexplicable. Corrió a donde el peluquero. No esperaba que la cuestionaran. Se remitía a darle órdenes a la muchacha que la atendía:

"Córtalo arriba de los hombros, a ras del cuello"
"No, el fleco más corto"
"Poquito más arriba de la ceja"
"En zig-zag"

El mar de cabello que yacía circundando la silla era grueso y pesado, como la paja. Se miró al espejo cuando le quitaron la bata, y vio que su cara se veía despejada, abandonada sin esos largos hilos; naturaleza muerta que otrora colgaban y le acariciaban las mejillas y el cuello, los hombros, la espalda. Y pensó que era triste que el cabello no sangrara, y que las uñas tampoco. A final de cuentas, eran las partes que resultaban mayormente mutiladas, de todo el cuerpo. Mínimo deberían llorar, como ella lloró la vez que la asaltaron en la plaza.

Falta algo más, se dijo para sí. Los cabellos no sangran. No pueden ser rojos. Saliendo de aquí voy a ir a ver a Juan.

Pagó al peluquero, salió. Subió al carro y se dio cuenta que en realidad no quería llegar a su casa. Luego entendió que tampoco le interesaba mucho ver a Juan.

Hematomas largos, blancos y morados
arcoiris negros, ojos de azul violenta
a mitad de la calle te puedo desnudar


Apagó el radio, a pesar de que esa canción le gustaba demasiado. Era muy típico de ella, altibajos, contradicciones contínuas. Alguna vez escuchó el nombre de ese desorden, pero como le asqueaba la psicología, lo había olvidado. Lo siento, Benoît, pero a mí no me complace el delirio de grandeza que tú tienes, cuando crees que puedes saberlo todo sobre mí. Si querés saber algo de mi vida, nena, le dijo una vez un artista perdido en arrabales, echá un vistazo a mis pinturas, mirá lo que describo en mi dibujo. Ése soy yo, lo que pasa es que estoy muy escondido. Debés buscar denso.

Denso, como una herida profunda, difícil de borrar porque el recuerdo sigue persistente. A él nunca lo iba a olvidar.

Basta, decidió que no podría sobrevivir el tráfico endemoniado de la calle si no ponía de nuevo una canción. Gracias al señor DiosTodoPoderosoSeñorAntiDiluvios, AmantedetodosloshombresporqueAmorOmniaVincit, y a la máquina de sincronización aleatoria que usan las cadenas de radio que ya no se toman la molestia de contratar locutores, la canción del Hematoma seguía escuchándose. Todos los días la escuchaba: en las mañanas, saliendo de la escuela, cuando iba a dejar a su hermana al hospital, mientras esperaba a Benoît en su casa. Quería ser un moretón permanente en la piel de las personas. Quería que nunca la olvidaran, le tenía un miedo indiscutible a la tormentosa soledad.

Media hora después, con el brazo izquierdo bronceado por el sol de mediodía (era el que siempre sacaba por la ventana) mientras conducía, estacionó el carro en frente del parque. Subió las escaleras con desgano, e inmediatamente después de tocar el timbre, desvió la mirada lejos de la puerta. Podría contemplar cualquier cosa, el cerro, la calle, la pared rugosa, con tal de no mirar quién le iba a abrir la puerta.

Se oye el chasquido de un pestillo. El pomo de la puerta chilla cuando gira. El aire del vacío se comprime, se hace para atrás para dejar que la puerta se mueva.

"¿Violeta?"

Ah, perfecto. Sí estaba en su casa. Se dió la media vuelta y con una mueca en forma de sonrisa, dijo inocentemente,

"Hola Juan."

jueves, 10 de abril de 2008

estupideces

Silencio antes de nacer, silencio después de morir:
La vida es puro ruido entre dos insondables silencios.
I.A.

J'ai pas besoin d'écrire
car il y a des fois
quand je perds complètement
la joie de prendre papier et mots
et les dessiner, avec ma main

J'ai pas besoin de créer nouveaux mondes
j'ai pas des idées inexistantes

je ne suis qu'autre fille perdu
qui s'entretiens
et cherche une excuse gonflant
pour laisser son désir mort,
sur son lit


---

Y uno aprende
Jorge Luis Borges


Después de un tiempo,uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.

Y uno aprende
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad.

Y uno empieza a aprender...
Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas.

Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.

Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
Y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.

Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.

Así es que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
uno aprende y aprende...

Y con cada día uno aprende...

viernes, 4 de abril de 2008

Hematomas

Hace tiempo, pasaba por la mueblería,
y decidió entrar, de una vez por todas,
a elegir el sillón sobre el que habría de morir.



Ninguno le gustó.

jueves, 3 de abril de 2008

Temprano en la mañana

Te iba a comentar acerca de los miedos banales de las circunstancias de hoy en día. Verás, eso de caerse de las escaleras tres veces consecutivas irremediablemente significa que los desmayos se están volviendo crónicos y más frecuentes. Sin embargo, sigo rehusándome a ver a algún doctor. No confío en ellos desde hace mucho tiempo y posiblemente lo único que me digan al final sería algo como pues la verdad no me interesa lo que tenga pero si quiere tenga estos sedantes y vuelva mañana y luego otra vez dentro de quince días, porque mi hija quiere una bici nueva.

Yo le tengo un especial pavor a las caídas. Es como la traslación del dicho de "Poner los pies en la tierra." Lo peor de todo es que yo ni siquiera voy tan alto. Quiero decir, lo más alto que he estado en mi vida ha sido quizá el segundo piso de la Torre Eiffel. Si quieres un día de éstos vamos, nada más que pueda levantarme y ya está. Pero bueno, que a mí no sólo me han devuelto los pies a la tierra, sino el cuerpo completo. Son de esos accidentes que cuando la gente te topa en la calle, y tú explicas con total detalle lo sucedido, no te creen. Y sin embargo, es totalmente verídico el que ibas en el penúltimo escalón, resbaló el tacón de tu zapato y caíste sin remedio recibiendo el impacto en la sien derecha, cerca de la ceja, en el pómulo, y arriba en la cabeza.

Después, no hay nada. El sonido se pierde, y un punzante dolor se extiende a lo largo y ancho del cerebro. Gritas como nunca lo habías hecho, pero no lloras. Minutos, segundos, horas después, te levantas. El hilito de sangre que se baja por tu cara y resbala en tu mejilla también se queda guardado en el piso. Después, erróneamente, mueres, porque te duele y te mareas, y decides irte a dormir.

martes, 1 de abril de 2008

Historia de la hoja blanca, parte III

Postal Service

-No soy buena para hacer diálogos - dijo Daine.

-Nadie te lo está pidiendo - le respondió Jan.

Daine se le quedó viendo fijamente por un largo rato. Tenía que hacer algo con ese silencio incómodo que comenzaba a prolongarse y expandirse, nublándolos y arrinconándola a ella donde no sabía qué hacer para contrarrestarle. Desvió la mirada hacia otra parte, mientras él se limitaba a sonreír. Divididos entre silencios y miradas, pero tomados de la mano, y con el brazo de él rodeando la cintura de Daine, seguían bailando en el sótano.

"Piensa en algo para decir, un tema para hablar", se repetía Daine. Pero en lo único que podía pensar era en que de repente estaba bailando con un tipo que se había topado afuera de su casa, quien venía de España, y que realmente no sentia que tuviera que ver con ella en lo absoluto. El haberse conocido fue un error desde el principio, ya que las cartas de él se quedaron equivocadamente en el buzón de Daine, y ella tuvo que corregir esa falla, atribuible total y legítimamente al deficiente servicio postal. Osea que la conversación derivada a raíz de dicho evento malamente ejecutado fue por mera cortesía; en realidad ella no tenía interés en permitir que un foráneo español con nombre de checo/húngaro/austríaco bailara con ella.

Así que ahí estaba, permitiendo que Jan le tomara la cintura y se deslizacen lentamente de un lado a otro. Tal vez Daine había permitido que el error inicial de las cartas mal repartidas se extendiera demasiado lejos. Y ése era el error, que continuaba con un nuevo error cometido por ella.

Viéndose estancada en esta situación, Daine se encuentra bastante ansiosa por conseguir que el error pueda retomar un nuevo curso y se autocorrija. Para ello, necesita un tema de conversación lo suficientemente impactante o desagradable para que Jan sea tomado por sorpresa, le pueda soltar la mano, y dejen de bailar.

Podría mencionar los cientos de fotos que ella tomó cuando visitó un pueblo de esos que estaban en guerra. La gente destazada, las mujeres asesinadas a pedradas, los niños con los sesos de fuera, los brazos mutilados, las balas perdidas. Y si eso no le resultase a él suficientemente turbante, entonces podría añadir el éxtasis que ella sentía al tomar esas imágenes, porque sentía que los ojos de esa gente soltaban gritos más desesperados y aturdentes que cualquier sonido amplificable, con todo y los vicios de la tecnología. Se sentía conmovida al ver tanta sangre, se daba cuenta de lo efímera y tangible que puede ser la vida al mismo tiempo. Y además diría que amaba la fotografía porque sentía que podía recolectar el tiempo, las emociones y la vida misma, que tomaba fotos porque le asustaba el hecho que tal vez no podría conocer muchas cosas y que otras las podría olvidar. Así que también tomaba fotos para recuperar, según ella. Entonces le explicaría que ella lo tomaba como una inversión millonaria de tiempos y espacios, un fondo de ahorro, su propia colección de momentos, y que ahora que lo pensaba, ella nunca había fotografiado nada que tratase acerca del error, y que viéndolo a él en esos momentos, resultaba el ejemplo perfecto de uno de ellos. Le diría que le permitiera retratarle, y que la suya fuera la foto del error. Entonces Jan trastabillaría y soltaría cualquier excusa rebuscada para abandonar el sótano y marcharse, dejando a Daine parada en medio del piso, sola, con la cámara en mano.

Pero no, no es viable, se dice ella misma. Escupirle todo ese discurso improvisado sería, primero que nada, darle pie a uno de sus tantos soliloquios. Segundo, realizar una confesión de esas que no se le hacen a un extraño indeseable en forma de error. Y además, implicaría continuar con la cadena de equivocaciones causadas por culpa del servicio postal. Daine no sabía qué hacer. Realizar ese último escape estaba fuera de consideración. No hay otra salida, no hay nada que hacer. Inevitablemente, y con las canciones de bolero como fondo, Daine cierra los ojos y de súbito besa a Jan.

domingo, 30 de marzo de 2008

like a cow

es bastante curioso
cómo el ruido se transforma:
el chasquido de un beso puede transformarse en un suspiro


un hombre puede convertirse en dios
si la gente se pone de acuerdo
y lo proponen ante el mundo

me gusta ahorrar espacio
y por eso,
en vez de estar gritando
intento no hacer tanto ruido

jueves, 27 de marzo de 2008

Vagabundo

No importa si eres artista,
de esos que pintan cuadros
o dibujan con pedazos de carbón,
si eres físico,
catedrático,
administrador

Incluso si eres de esos perdidos,
que decidieron dejarlo todo y partir
al bosque,
a la montaña,
al mar

No importa si sigues siendo niño
si te has añejado con el viento
si apenas comienzas a volverte un experto
en el vicio
en la vida

La verdad no cuenta mucho si te proclamas héroe
tampoco si dices que eres la peor de las víctimas
o el asesino que espera a mitad de la calle
para disparar

Lo más bonito de estar a mitad de los rieles
caminando,
de vagar por las calles,
de buscar resguardo en incontables regazos,
pies y bocas,
es que puedes constatar ,
para siempre,
tu propia locura

miércoles, 26 de marzo de 2008

Ik wil u

De entre todos los lenguajes, he elegido el nuestro
para aproximarnos al delirio
componiendo adioses con silencios para golpear al futuro
y conspirar juntos contra el amanecer

Es una mezcla de gritos con gemidos
y besos entrecortados
que no impiden el mensaje
pero cortan de improviso las palabras

Opciones había muchas: cada letra
cada cama, cada entrada
pero mi lengua es la de mis vicios
y mi canción es el soplo que escucho
cuando duermo junto a ti

Al final, cuando tú te levantas
y entras al cuarto de baño
yo no puedo hacer nada salvo seguir adicta
componiendo versos
y cantando para mí misma

Entonces me acerqué a tu repisa,
donde tienes los papeles de la escuela
y en mitad de tu calendario escribí
en holandés que yo te quiero

Después me senté en el escritorio
y acomodé esto:
son palabras a carbón y grafito
que ahora lees con un café por la mañana

domingo, 23 de marzo de 2008

Cuando seas una pequeña más grande

Tal vez sea una señal,
cada vez que te miras al espejo.

Quiero decir, nadie es sí mismo
tal cual se reconocía ayer.
Sé que suena como una gran estupidez,
pero pensamientos como este se pasean
por mi mente
cada vez que busco en el radio
alguna canción que me agrade
mientras manejo a la compañía
todas las mañanas.

No seas tonta. Todos vemos la misma luna,
Porque no hay otra.
Todos reímos del mismo bastardo embrutecido
el payaso que llora de regreso al hostal
porque nos recuerda en cierta manera
a nosotros mismos.

La única manera de reír por algo
es poder entender de qué se está hablando.

Emit Flesti

Sabía que iba a morir,
y por eso le pregunté
por qué me dejaba

irse sin despedirse jamás
y no decir nada
salvo las palabras que yo le arrancaba
a regañadientes

nunca me dijo nada más
ni me dio algo inesperado
salvo muchas sorpresas

condescendiente
calmado

a lo que él contestó:
lo sabes
yo sólo colecciono momentos
no conozco nada más de ti

si quiero una historia
la puedo elegir
entre ti y muchas otras más


Lo sé, fui yo quien te perdí

debí recordar
que tu nombre está mal dicho
y se dice
tiempo

sábado, 22 de marzo de 2008

La calle de los locos


Doña Irmina es la que se sale al patio y orina, me dijeron. Entonces yo estaba preparado para ver quizá unas decrépitas nalgas a través del patio. Pero nunca me dijeron que era chimuela.

¿Y quién demonios era Patricio Milno? Otro loco, de seguro. Y en su honor, o quizá bajo su protección, un montón de ellos se resguardaban en esa calle que portaba su nombre.

Salí a caminar, ubicar los rumbos, toparme con el panteón en el que se cortaba la calle, asomarme para ver si podía ver el Obispado y su bandera recién reinstalada. Entonces pasé por la casa de Doña Irmina. La ví, justo como me advirtieron. En frente de la puerta, asoleando sus piernas, sentada en posición de cagar. Bueno, uno no sabe cómo reaccionar, pero ella te indica con su sonrisa hueca que debes actuar con total naturalidad.

Sigues adelante, pues.

Marina es una niña, de quizá unos diecinueve años. Pero tiene cerebro de alguien de dos. Babea y gatea persiguiendo al perro. No pude evitar desviar la mirada del espectáculo que ella ofrecía, porque recordé a mi hermana. Y casi lloro.

El señor de la esquina es un viejo tranquilo, excepto cuando pasa algún perro. Les tiene mucho miedo, y si se asusta, comienza a arrojar cosas a la calle, en espera de que una lluvia de radios, cafeteras y metales ahuyente a los perros para siempre. Nunca le pregunté por qué hace eso, a su esposa.

Siempre hubo en ese lugar. Había fácil unos dieciséis locos, sólo en esa calle. Uno de ellos era mi abuelo Manuel, El Guayabito.

Siempre que empieza una historia, por lo general, se desconoce cómo va a terminar. Pero mi abuelo siempre dijo que él iba pasar por alto al cementerio. Nadie lo tomó en serio cuando decretó esa máxima, y creo que todos la olvidaron salvo mi hermana y yo.

Mi abuelo se volvió loco con el tiempo. Esperó a que todos sus hijos se fueran de la casa, enterró con duelo a su esposa, conoció a todos y cada uno de sus nietos y, cuando supo que no tenía otra cosa más que cumplir, decidió abandonarse al terreno de lo absurdo. Tal vez lo hizo por voluntad propia, y no fue por coincidencia, como dice la gran mayoría de la familia.

Le dijeron Guayabito porque comenzó a juntar guayabas en el súper. Se las llevaba todas en la mano, y obviamente llegaba a la casa con diez de las cincuenta que había juntado en un principio. Y así, toda la gente se lo comenzó a topar deambulando en medio de la calle. Mi tía tuvo que llevárselo a su casa, pero resultó peor, porque se salía todos los días después de verla marcharse al trabajo, y se iba a su legítima casa. Excepto la vez que confundió la calle y terminó varado en medio de Simón Bolívar con un montón de carros que lo acorralaron y no le dejaron pasar, ni retroceder. Posiblemente haya sido en ese momento, viéndose totalmente indefenso en su contexto, que El Guayabito decidió desanudarse ese hilito que aún traía atado a algún dedo, y olvidarse de la realidad comunal.

Ahora ya no podía salir de su cuadra, y ni siquiera hubo de impedírselo. Se limitaba a sacar su mecedora, y ponerse a comer guayabas a la sombra del árbol que él mismo plantó años atrás.
Yo ya tenía más de diez años, los suficientes como para notar que en sus pupilas el brillo era diferente a la amargada mirada de mi padre, y la preocupada luz que salía de los ojos de mi mamá. O a lo mejor era esa perspectiva que uno tiene de pequeño. Pero cada vez que paso y por casualidad mis ojos se cruzan con los de Marina, siento que tienen la misma luz que salía de los ojos de mi abuelo Manuel.

El vecindario fue cambiando, las casas cambiaron de color, se fue gente y llegó otra. Pero desde ese tiempo, estaba Doña Irmina, y el señor con fobia a los perros era tan sólo un niño de unos doce años. De súbito, nos dimos cuenta que el vecindario estaba lleno de locos. Llegaron los predecibles misioneros que venían a predicar la palabra de salvación para nuestros "pobres desamparados". Los corrimos a patadas. Nuestros locos no eran pobres, tenían comida, ni desamparados, porque tenían familia. Toda la cuadra dejó de ir a misa, y creo que es fecha que no oigo hablar de religión en ese lugar.

Los nuevos señores que llegaron eran policías, y gustaban de tirar bromitas a diestra y siniestra. Le tenían una especial predilección al Guayabito. Llegaban todos los días, antes de irse al trabajo, cercaban la entrada de la casa, y por la bocina, gritaban:

"Atención, esto no es un simulacro de operativo. Tenemos orden de arresto para el señor Manuel Guayabito Gutiérrez, salga con las manos en alto y no intente arrojar guayabas."

Mi abuelo se asustaba mucho, corría hacia la cocina tan rápido como sus pantuflas blancas y sus flacas piernas se lo permitían, tomaba unas cuántas guayabas, tres manzanas quizá, y salía disparando frutas a las patrullas aparcadas en la calle. Los viejos salían disparados, carcajada tras carcajada, y se largaban a trabajar.

Hasta que tuvieron que dejar de hacerlo.

Como parte de su rutina, salieron los policías a reunirse y saludar, tomaron su patrulla, y se dirigieron a la casa de mi abuelo.

"Atención, Guayabito Gutiérrez, sabemos que está dentro. Queda arrestado por posesión ilícita de guayabas alucinógenas, entre otros narcóticos. Salga con las manos en alto, o procederemos con violencia."

Pero uno de ellos cometió la estupidez de sacar su pistola, abrir la reja, y golpear la puerta hasta que cediera. Mi abuelo no estaba preparado para ese ataque tan improvisado y ajeno a la particular rutina de todos los días. Se paralizó, palideciendo como nunca, tuvo un ataque, y se desplomó en el suelo.

Los policías dejaron de reírse al tiempo que El Guayabito caía y se golpeaba la cabeza contra una silla, y las guayabas rodaron por toda la sala. Doña Irmina se horrorizó tanto al contemplar la escena que corrió hacia la bola de uniformados y comenzó a arrojarles piedras, gritándoles sandeces y deseándoles a todos y cada uno, la peor de las muertes a causa de aguacates mal lavados.

Llevaron a mi abuelo al hospital. Me dijeron que había tenido un paro cardiaco, luego que una embolia. Creí todas las versiones. Todo con tal que me dijeran que se podía recuperar.

Y lo hizo.

Cuando abrió los ojos, en una tarde de hospital, se volvió hacia mí y dijo, ves m'ijo, yo los cementerios los paso por alto.

Pero después de eso, no volvió a hablar.

Regresaron al Guayabito a su casa, pero ya no hablaba, ya no comía nada, ni siquiera guayabas. Se quedaba en su mecedora las horas, esperando que llegara la enfermera y a regañadientes le hiciera comer. Visitarlo ya no tenía mucho sentido, pues uno sólo podía contemplar los despojos de un señor otrora llamado Manuel. Excepto para Marina, que era tan sólo un bodoque de año y medio, y se la pasaba jugando al lado de mi abuelo.

A partir de entonces, aumentó la frecuencia de locos en la calle. Dijeron que mi abuelo fue el que causó la epidemia. Marinita dejó de hablar de repente, y se quedó babeando monosílabos para siempre. El señor de la fobia a los perros también perdió la razón. Todos los que lo conocían bien cuando estaba cuerdo se volvieron locos, excepto Doña Irmina, que ya estaba mal.

Desde luego, el grupo de policías tuvo que abandonar la colonia. Familias enteras iban a sus casas y arrojaban guayabas y toda clase de fruta para recordarles el episodio del Guayabito. Digamos que el suceso tuvo mucho peso en la historia de la colonia.

Los loquitos comenzaron a salir a las calles a deambular perdidos, excepto mi abuelo. Todos hacían algún destrozo, gritaban, lloraban, se reían. Excepto mi abuelo.

Hasta un día, que parecía que andaban particularmente más exaltados que de costumbre, mi abuelo, tendido en su mecedora, esperó a que la enfermera se metiera a prepararle su desayuno para levantarse, abrir la reja, y salir a la calle caminando como no lo había hecho en años. Era un viejo calvo, con bata blanca y pantuflas azules, avanzando en dirección al panteón con paso lento y desgarbado. La bola que estaba profiriendo alaridos y murmullos atropellados se le quedó viendo. El viejo avanzaba hacia el cementerio, los locos lo empezaron a seguir. Topó contra la alta pared blanca que separaba a los vivos de los muertos. El séquito de atrás se detuvo en seco. Manuel, según dicen, trepó la barda con esfuerzo, y una vez arriba, se dio media vuelta con precaución de no caerse antes de lo previsto y saludó al público que se encontraba ahí abajo, mirando a mi abuelo con expresión por demás incrédula y extasiada. Manuel, el Guayabito, se había levantado. Todos le aplaudieron al unísono. Gritaron, volvieron a aullar, cantaron, bailaron tan bien como sus atrofiados cuerpos permitieron. Y en eso, el Guayabito saltó, panteón adentro.

El estrépito que ocasionó la bola de locos que se quedaron del otro lado del muro fue tanto que todos los vecinos salieron a ver qué pasaba. Para cuando se dieron cuenta y pudieron comprender entre babeos y frases entrecortadas lo que el Guayabito había hecho, los locos estaban corriendo en búsqueda de la entrada al panteón. Los agarraron a todos, de la bata, del vestido, de la camisa, y los arrastraron de vuelta a Patricio Milno. Unos cuántos, acompañados de la enfermera, se metieron al panteón a buscar a Manuel. Entre pilas de escombros y lápidas, capillas, ángeles y cruces marchitas, encontraron una pantufla, y la bata. De mi abuelo, no había seña alguna. Y nunca la volvió a haber. Pero en la calle de los locos, su historia se sabe de principio a fin de las cuadras, incluso traspasó las colonias, y hay gente que asegura que vió por esos años a un viejo flaco y escuálido volando por los aires, con una sola pantufla. No les creo. Prefiero pasear por aquí, a pesar de que el señor odie a mi perro, y me quedo parado frente a la pared blanca con la que topa la calle.

Mi abuelo, tal como él dijo, había pasado por lo alto el cementerio.

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Somos el desayuno perfecto
para una cena de pasta y varias copas de vino
que inventarían una cruda francesa
callarían más de quince secretos
cada quién
y simbolizarían un sueño imposible
a las tres de la mañana

You're the only one who ever knew me at all

"Dios dijo, cruzado de brazos: veo que he creado muchos poetas, pero no tanta poesía."

Qué asco. Todos somos iguales, perseguimos los mismos anhelos. A veces nos damos los mismos aires, perdemos las mismas esperanzas, sentimos las mismas penas. Buscamos lo mismo que buscó Voltaire, Monterroso, Shelley, incluso Baudelaire...

Y entonces este sueño debería ser el peor de todos los infiernos. Cada quien luchando y defendiéndose con los dientes para prevalecer en la carrera.
Pero no.
Habemos pocos, nos decimos. Y sin embargo seguimos siendo un mar de frustraciones y deseos.
Una infinita maraña de historias vividas y de visiones contadas, todas igualmente probables de ser verdad
y de ser mentira.

Y todos conocemos el amor, el desamor, el pseudoamor, el no-amor, el cuasi-amor.
Lo imprisionamos, le escupimos, le adoramos.
Nunca nada había sido tan humillado.

Todos podemos juntar palabras, tragarnos velas enteras mientras acomodamos nuestras letras favoritas para decir una sarta de mentiras.
Es un vicio por demás adictivo, e injustificable ante cualquier juicio.
Y cualquier persona puede caer.
Lo que pasa es que renuncian a las posibilidades
entre cielo y el infierno

Y se quedan con el terreno de lo absurdamente real.
Física. Matemáticas. Sociedades. Medicina. Biología

Materia tangible, mundo material.
Con sangre, con lodo, con olor a dinero.

Señores, todo eso también se puede hacer brotar de un vidrio, de la ventana, de la pared, de una hoja blanca, del piso.
Sólo se necesita algo para escribir.

No te ha pasado que vas caminando, y encuentras a la madre, inventándole la historia a su hija, de la niña que por no lavarse las manos murió a las manos de un sicario.
O cuando ves al señor explicando a su esposa, que a mitad de la calle, después de un día asqueroso, el carro se quedó sin gasolina, que el mejor amigo murió atropellado, y que él terminó en una cantina con otra mujer al lado.

También las historias de drama, que harían enverdecer de envidia a aquél simpático inglés cortesano.
Los ataques al corazón, el cáncer, el desengaño.
Se han inventado guerras, personajes
Un montón de niños, motivos y lugares que sólo tenían como objetivo intentar subir la moral de los ciudadanos decaídos.

Sí, señor. Hay muchas historias afuera, y las escribimos nosotros.
Las inventamos nosotros.Podemos hacer tanto...

Qué asco.
Qué farsa.
Todos somos escritores.

La mejor novela de todas,
incluso la mejor poesía
se encuentra deambulando entre nosotros.
Puede respirar.