lunes, 30 de noviembre de 2009

Son de Tacubaya

Qué envidia haberse criado entre sandías, escuchando que los besos pueden ser tan dulces como un mordisco de melón.



Así creció él, viendo a su mamá, a sus primos y hermanos desplazándose de un lado a otro del puesto. Allá ofrecían piña, acá cortaban sandías, en la esquina persuadían a una viejita de comprar cinco kilos de mandarina en vez de tres. Él se entretenía mirando, mordiendo el chupón de su mamila mientras se dedicaba a rodar con torpeza entre los huecos que se formaban alrededor de la fruta apilada.



Por alguna razón, cuando su madre ofrecía guayaba, reía con más ganas.

martes, 24 de noviembre de 2009

Entró a la sala. Tenía los cabellos plagados de orzuela, ojeras que le desdibujaban el rostro y un sueño tatuado en las cejas.

Se sentó.



Dos segundos después, ya estaba a lado de él; con las piernas cruzadas y el torso inclinado hacia un lado.



-Quisiera pedirle un consejo.



El hombre la miró ligeramente asombrado. Vaciló por un momento, pero a final de cuentas decidió seguirle el juego.



-No veo en qué podría ayudarle. Pero bueno, dígame.



-En ocasiones siento que mi investigación no está bien delimitada, no se cimienta con buenos fundamentos. ¿Cree que eso sea malo?



(De qué carajos habla, pensó el hombre. Tomó otro sorbo de su bebida.)



-¿De qué me está hablando?



-De literatura, por supuesto.



-Literatura. - Repitió el hombre.



-Literatura comparada, sí.



-Yo soy ingeniero- dijo él, como si eso lo excusara de todo.



-Yo soy Claudia.



El ingeniero se quedó mirando a la mujer, los lunares en su cuello, sus pulseritas de plata colgando de sus muñecas. La blusa roja parecía sangrada. Le recordó a las servilletas que usaban en su casa para Navidad. Decidió ignorar el nombre con el que acababa de presentarse ella.



- ¿Por qué habría de preguntarme a mí?



-Porque es más fácil desahogarse con un desconocido.



-Ya te presentaste, tú misma rompiste el juego.



-No, no es verdad. Usted no tiene la intención de presentarse. Seguimos siendo extraños.


(Insufrible, esta tipa. Bebió de nuevo.)

-¿Crees que porque no entienda de lo que hablas puedes hacer lo que quieras conmigo?

-Sí.- Respondió escuetamente, con el cinismo irradiando en el rostro.



-Toma, pruébalo- le dijo para intentar matar la conversación de una vez por todas, apurándole el vaso a sus labios. -¿A qué sabe?

-A incertidumbre.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Domingo en la central

Ahora resulta: que hasta las ratas son rizoma.

Montiel me susurró tranquilamente al oído un día: "el hombre es el único animal que sueña".
Sin embargo, lejanas voces provenientes de alguna montaña del norte niegan dicha aseveración. Para muestra, se habló de ratas. Ratas que sueñan laberintos. Ratas que se la pasan todo el día enclaustradas en laberintos, sometidas al experimento de científicos morbosos que se respaldan en la investigación neurológica para calmar sus impulsos perversos.

No me quedó más que recordar cierto roedor que no soñaba. No tenía registro de sueño alguno, ni siquiera durante su infancia.

En un principio, sentí lástima por él. (Pobrecito, no recuerda ningún sueño. Qué triste.)
Ahora pienso que tal vez su sueño es la vida misma, pero sin creer que la vida es sueño. No lo sabe, posiblemente él se indujo esta situación. Quizá sigue dormido, tal vez nunca despierte.

¿En qué parte del laberinto estaría la rata si estuviera despierta?