viernes, 11 de abril de 2008

Hola Juan

Se sentía muy feo, tener que abandonar su casa...

Tuvo el impulso de cortarse el cabello. Inexplicable. Corrió a donde el peluquero. No esperaba que la cuestionaran. Se remitía a darle órdenes a la muchacha que la atendía:

"Córtalo arriba de los hombros, a ras del cuello"
"No, el fleco más corto"
"Poquito más arriba de la ceja"
"En zig-zag"

El mar de cabello que yacía circundando la silla era grueso y pesado, como la paja. Se miró al espejo cuando le quitaron la bata, y vio que su cara se veía despejada, abandonada sin esos largos hilos; naturaleza muerta que otrora colgaban y le acariciaban las mejillas y el cuello, los hombros, la espalda. Y pensó que era triste que el cabello no sangrara, y que las uñas tampoco. A final de cuentas, eran las partes que resultaban mayormente mutiladas, de todo el cuerpo. Mínimo deberían llorar, como ella lloró la vez que la asaltaron en la plaza.

Falta algo más, se dijo para sí. Los cabellos no sangran. No pueden ser rojos. Saliendo de aquí voy a ir a ver a Juan.

Pagó al peluquero, salió. Subió al carro y se dio cuenta que en realidad no quería llegar a su casa. Luego entendió que tampoco le interesaba mucho ver a Juan.

Hematomas largos, blancos y morados
arcoiris negros, ojos de azul violenta
a mitad de la calle te puedo desnudar


Apagó el radio, a pesar de que esa canción le gustaba demasiado. Era muy típico de ella, altibajos, contradicciones contínuas. Alguna vez escuchó el nombre de ese desorden, pero como le asqueaba la psicología, lo había olvidado. Lo siento, Benoît, pero a mí no me complace el delirio de grandeza que tú tienes, cuando crees que puedes saberlo todo sobre mí. Si querés saber algo de mi vida, nena, le dijo una vez un artista perdido en arrabales, echá un vistazo a mis pinturas, mirá lo que describo en mi dibujo. Ése soy yo, lo que pasa es que estoy muy escondido. Debés buscar denso.

Denso, como una herida profunda, difícil de borrar porque el recuerdo sigue persistente. A él nunca lo iba a olvidar.

Basta, decidió que no podría sobrevivir el tráfico endemoniado de la calle si no ponía de nuevo una canción. Gracias al señor DiosTodoPoderosoSeñorAntiDiluvios, AmantedetodosloshombresporqueAmorOmniaVincit, y a la máquina de sincronización aleatoria que usan las cadenas de radio que ya no se toman la molestia de contratar locutores, la canción del Hematoma seguía escuchándose. Todos los días la escuchaba: en las mañanas, saliendo de la escuela, cuando iba a dejar a su hermana al hospital, mientras esperaba a Benoît en su casa. Quería ser un moretón permanente en la piel de las personas. Quería que nunca la olvidaran, le tenía un miedo indiscutible a la tormentosa soledad.

Media hora después, con el brazo izquierdo bronceado por el sol de mediodía (era el que siempre sacaba por la ventana) mientras conducía, estacionó el carro en frente del parque. Subió las escaleras con desgano, e inmediatamente después de tocar el timbre, desvió la mirada lejos de la puerta. Podría contemplar cualquier cosa, el cerro, la calle, la pared rugosa, con tal de no mirar quién le iba a abrir la puerta.

Se oye el chasquido de un pestillo. El pomo de la puerta chilla cuando gira. El aire del vacío se comprime, se hace para atrás para dejar que la puerta se mueva.

"¿Violeta?"

Ah, perfecto. Sí estaba en su casa. Se dió la media vuelta y con una mueca en forma de sonrisa, dijo inocentemente,

"Hola Juan."

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