domingo, 12 de octubre de 2008

La siesta

Pudo haber sido el viento helado que le quemaba la cara, o tal vez la sola sensación de recordar la ocasión que se encontró el cadáver de aquélla muchacha con los brazos colgando afuera de la ventana de una casa. Al principio, creyó que ella jugaba, o descansaba. Pensó que tal vez había llegado exhausta de algún lado y se había sentado, quedándose dormida. Era muy factible, porque toda ella reposaba recargada contra la pared. Quieta, impasible ante el caos de la calle y todo el ajetreo de afuera, la muchacha permanecía inerte. Él observaba con particular admiración su cuerpo recostando contra el marco del ventanal, su cara con la vista hacia afuera, mientras uno de sus brazos se balanceaba. No se le olvidaba.

Incluso en su momento, le pareció indescriptiblemente atractiva la situación: él caminando tranquilo, el sol que se ocultaba, las luces de los faroles que comenzaban a prenderse golpeando tenuemente la calle y a todos lo peatones. El ruido de los carros, el desesperado movimiento del tráfico.

Y sin embargo ahí estaba ella, recargada y quieta. Dormía escapando descaradamente de todo lo que sucedía en el exterior, como si fuese un manifiesto contra la ciudad misma.

Decidió acercarse, ponerse a la vista de ella. Quizá causar un contacto cara a cara, conseguir una sonrisa, comenzar a platicar... Todo eso pasaba por su mente, y para cuando tuvo una mejor vista hacia la muchacha, se dio cuenta que todo había sido demasiado inferido por él mismo como para ser verdad. La muchacha colgaba los brazos inertes, tenía los ojos cerrados. Sangre chorreaba por una de sus sienes, extendiéndose hasta su costado. Estaba muerta. (¿Qué?)

Julio se quedó estupefacto por un rato, y después reaccionó. Pues por supuesto que algo andaba mal con ella, porque sangraba, y hacía tanto que no se movía de ahí... él ya llevaba mucho tiempo contemplándola. Y lo peor de todo, había disfrutado la escena. Corrió al edificio para conseguir alguien que le ayudara. Los vecinos, una ambulancia...

La ventana era del tercer piso. Julio subió las escaleras de dos en dos, rápidamente. Fácil dio con la puerta correspondiente a la pieza que daba a la calle. Estaba abierta. Dentro, una pieza acogedora, nada pequeña. Había ropa doblada sobre la cama, del lado izquierdo una cortita escalera que daba a un escritorio. También estaba un intento de biblioteca, hundida en comparación con el resto del departamento. Recorrió todo antes de acercarse hacia la muerta, tal vez habría algún indicio. De la escalera había un caminito de sangre que serpenteaba hasta el baño manchado de ése rojo en varias partes. Entonces se cayó de la escalera, pero no pidió auxilio...

Se acercó a la muchacha. Con sus ojos cerrados, parecía más dormida que muerta. Su expresión permanecía calmada, sus gestos tranquilos, y el cabello le caía ondulado y apacible sobre los hombros. Pensó en moverla de la ventana, pero desistió. Luego tratarían de implicarlo, aunque él no tuviera la culpa. Y eso no importaba ahora, porque ya estaba ahí, no le quedaba otra salvo ayudar, hacer algo.

Y resultó que Julio Neira había encontrado muerta a Lucía Cobián.

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