viernes, 11 de abril de 2008

Huesos desviados

Lo incómodo del cabello corto, tal como lo traía Violeta, es que cuando le daba calor, no le alcanzaba el largo para hacerse un chongo. Así que mientras esperaba al camión, no le quedaba más que morir horneada por su propio pelo, y con los hombros quemándosele por el sol que caía directamente sobre sus hombros y la espalda otrora tapada por esa espesa cortina de hebras teñidas de algún color extravagante.

Iba pensando en lo que habría de contestar al gerente con el que se entrevistaría para el trabajo:

Sí, mire señor. Yo quiero que me pague. No me interesa crecer en el ámbito laboral ni conseguir oportunidades. Lo que yo quiero es que me retribuyan mis levantadas a las 4 de la mañana para checar mi tarjeta temprano y coordinar papelitos cada vez que a usted se le hinche. Le puedo redactar lo que quiera, no me interesa mucho qué sea con tal de que cada quincena yo pueda obtener regalías, ingresos, bah, como le llame. Por mí está bien, pero pague.

No eso no era muy alentador. Al menos, no para el gerente.

Pues sí señor, la verdad no me gusta que me hagan preguntas de este estilo, porque yo no sé quién soy. Si me pidiera describirme, no podría asegurarle "soy responsable", porque a veces soy bien mediocre, o que "soy respetuosa", porque casi siempre me tiene sin cuidado el limitar mis palabras porque puedan ofender a alguien.

No hace falta decir que de los pocos talentos que poseo, ninguno le atraería. No creo que le interese saber que no me gusta el baile, que es una ironía que escuche a Serrat y lea a Sabina, porque no soporto su voz ronza, y sin embargo me derrite su poesía ácida y ocurrente. Siento que usted me inspira poca confianza, y mire, aquí me tiene soltándole una sarta de confesiones atípicas.

No, eso tampoco. Ni que el gerente fuera terapeuta. Lo último que necesitaba era trabajar en un departamento de psicología.

El camión se detuvo frente a ella con un chirrido espantoso. Lo abordó, pagó al chofer (gracias, el bato no traía cambio), y se sentó en los asientos de enmedio, al lado de la ventana. A ver, repasemos otras posibles respuestas para la entrevista.

¿Qué edad tiene?

Cuarenta y cuatro, respondería ella, inmutable, como si fuera una verdad indiscutible.

¿Algún padecimiento que usted sufra? Alergias, reacciones, enfermedades crónicas...

Pues creo que ninguna, salvo alergia al chocolate, y tengo todos los huesos desviados.


Posiblemente, si contestaba así el gerente la iba a mandar sacar de la oficina. Violeta tuvo que resignarse a formular respuestas convencionales, en las que ensayaba su ego y trataba de parecer inofensiva, y con suerte no tener que explicar que la razón de sus ojos lilas es porque era albina.

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