jueves, 3 de abril de 2008

Temprano en la mañana

Te iba a comentar acerca de los miedos banales de las circunstancias de hoy en día. Verás, eso de caerse de las escaleras tres veces consecutivas irremediablemente significa que los desmayos se están volviendo crónicos y más frecuentes. Sin embargo, sigo rehusándome a ver a algún doctor. No confío en ellos desde hace mucho tiempo y posiblemente lo único que me digan al final sería algo como pues la verdad no me interesa lo que tenga pero si quiere tenga estos sedantes y vuelva mañana y luego otra vez dentro de quince días, porque mi hija quiere una bici nueva.

Yo le tengo un especial pavor a las caídas. Es como la traslación del dicho de "Poner los pies en la tierra." Lo peor de todo es que yo ni siquiera voy tan alto. Quiero decir, lo más alto que he estado en mi vida ha sido quizá el segundo piso de la Torre Eiffel. Si quieres un día de éstos vamos, nada más que pueda levantarme y ya está. Pero bueno, que a mí no sólo me han devuelto los pies a la tierra, sino el cuerpo completo. Son de esos accidentes que cuando la gente te topa en la calle, y tú explicas con total detalle lo sucedido, no te creen. Y sin embargo, es totalmente verídico el que ibas en el penúltimo escalón, resbaló el tacón de tu zapato y caíste sin remedio recibiendo el impacto en la sien derecha, cerca de la ceja, en el pómulo, y arriba en la cabeza.

Después, no hay nada. El sonido se pierde, y un punzante dolor se extiende a lo largo y ancho del cerebro. Gritas como nunca lo habías hecho, pero no lloras. Minutos, segundos, horas después, te levantas. El hilito de sangre que se baja por tu cara y resbala en tu mejilla también se queda guardado en el piso. Después, erróneamente, mueres, porque te duele y te mareas, y decides irte a dormir.

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