domingo, 30 de marzo de 2008

like a cow

es bastante curioso
cómo el ruido se transforma:
el chasquido de un beso puede transformarse en un suspiro


un hombre puede convertirse en dios
si la gente se pone de acuerdo
y lo proponen ante el mundo

me gusta ahorrar espacio
y por eso,
en vez de estar gritando
intento no hacer tanto ruido

jueves, 27 de marzo de 2008

Vagabundo

No importa si eres artista,
de esos que pintan cuadros
o dibujan con pedazos de carbón,
si eres físico,
catedrático,
administrador

Incluso si eres de esos perdidos,
que decidieron dejarlo todo y partir
al bosque,
a la montaña,
al mar

No importa si sigues siendo niño
si te has añejado con el viento
si apenas comienzas a volverte un experto
en el vicio
en la vida

La verdad no cuenta mucho si te proclamas héroe
tampoco si dices que eres la peor de las víctimas
o el asesino que espera a mitad de la calle
para disparar

Lo más bonito de estar a mitad de los rieles
caminando,
de vagar por las calles,
de buscar resguardo en incontables regazos,
pies y bocas,
es que puedes constatar ,
para siempre,
tu propia locura

miércoles, 26 de marzo de 2008

Ik wil u

De entre todos los lenguajes, he elegido el nuestro
para aproximarnos al delirio
componiendo adioses con silencios para golpear al futuro
y conspirar juntos contra el amanecer

Es una mezcla de gritos con gemidos
y besos entrecortados
que no impiden el mensaje
pero cortan de improviso las palabras

Opciones había muchas: cada letra
cada cama, cada entrada
pero mi lengua es la de mis vicios
y mi canción es el soplo que escucho
cuando duermo junto a ti

Al final, cuando tú te levantas
y entras al cuarto de baño
yo no puedo hacer nada salvo seguir adicta
componiendo versos
y cantando para mí misma

Entonces me acerqué a tu repisa,
donde tienes los papeles de la escuela
y en mitad de tu calendario escribí
en holandés que yo te quiero

Después me senté en el escritorio
y acomodé esto:
son palabras a carbón y grafito
que ahora lees con un café por la mañana

domingo, 23 de marzo de 2008

Cuando seas una pequeña más grande

Tal vez sea una señal,
cada vez que te miras al espejo.

Quiero decir, nadie es sí mismo
tal cual se reconocía ayer.
Sé que suena como una gran estupidez,
pero pensamientos como este se pasean
por mi mente
cada vez que busco en el radio
alguna canción que me agrade
mientras manejo a la compañía
todas las mañanas.

No seas tonta. Todos vemos la misma luna,
Porque no hay otra.
Todos reímos del mismo bastardo embrutecido
el payaso que llora de regreso al hostal
porque nos recuerda en cierta manera
a nosotros mismos.

La única manera de reír por algo
es poder entender de qué se está hablando.

Emit Flesti

Sabía que iba a morir,
y por eso le pregunté
por qué me dejaba

irse sin despedirse jamás
y no decir nada
salvo las palabras que yo le arrancaba
a regañadientes

nunca me dijo nada más
ni me dio algo inesperado
salvo muchas sorpresas

condescendiente
calmado

a lo que él contestó:
lo sabes
yo sólo colecciono momentos
no conozco nada más de ti

si quiero una historia
la puedo elegir
entre ti y muchas otras más


Lo sé, fui yo quien te perdí

debí recordar
que tu nombre está mal dicho
y se dice
tiempo

sábado, 22 de marzo de 2008

La calle de los locos


Doña Irmina es la que se sale al patio y orina, me dijeron. Entonces yo estaba preparado para ver quizá unas decrépitas nalgas a través del patio. Pero nunca me dijeron que era chimuela.

¿Y quién demonios era Patricio Milno? Otro loco, de seguro. Y en su honor, o quizá bajo su protección, un montón de ellos se resguardaban en esa calle que portaba su nombre.

Salí a caminar, ubicar los rumbos, toparme con el panteón en el que se cortaba la calle, asomarme para ver si podía ver el Obispado y su bandera recién reinstalada. Entonces pasé por la casa de Doña Irmina. La ví, justo como me advirtieron. En frente de la puerta, asoleando sus piernas, sentada en posición de cagar. Bueno, uno no sabe cómo reaccionar, pero ella te indica con su sonrisa hueca que debes actuar con total naturalidad.

Sigues adelante, pues.

Marina es una niña, de quizá unos diecinueve años. Pero tiene cerebro de alguien de dos. Babea y gatea persiguiendo al perro. No pude evitar desviar la mirada del espectáculo que ella ofrecía, porque recordé a mi hermana. Y casi lloro.

El señor de la esquina es un viejo tranquilo, excepto cuando pasa algún perro. Les tiene mucho miedo, y si se asusta, comienza a arrojar cosas a la calle, en espera de que una lluvia de radios, cafeteras y metales ahuyente a los perros para siempre. Nunca le pregunté por qué hace eso, a su esposa.

Siempre hubo en ese lugar. Había fácil unos dieciséis locos, sólo en esa calle. Uno de ellos era mi abuelo Manuel, El Guayabito.

Siempre que empieza una historia, por lo general, se desconoce cómo va a terminar. Pero mi abuelo siempre dijo que él iba pasar por alto al cementerio. Nadie lo tomó en serio cuando decretó esa máxima, y creo que todos la olvidaron salvo mi hermana y yo.

Mi abuelo se volvió loco con el tiempo. Esperó a que todos sus hijos se fueran de la casa, enterró con duelo a su esposa, conoció a todos y cada uno de sus nietos y, cuando supo que no tenía otra cosa más que cumplir, decidió abandonarse al terreno de lo absurdo. Tal vez lo hizo por voluntad propia, y no fue por coincidencia, como dice la gran mayoría de la familia.

Le dijeron Guayabito porque comenzó a juntar guayabas en el súper. Se las llevaba todas en la mano, y obviamente llegaba a la casa con diez de las cincuenta que había juntado en un principio. Y así, toda la gente se lo comenzó a topar deambulando en medio de la calle. Mi tía tuvo que llevárselo a su casa, pero resultó peor, porque se salía todos los días después de verla marcharse al trabajo, y se iba a su legítima casa. Excepto la vez que confundió la calle y terminó varado en medio de Simón Bolívar con un montón de carros que lo acorralaron y no le dejaron pasar, ni retroceder. Posiblemente haya sido en ese momento, viéndose totalmente indefenso en su contexto, que El Guayabito decidió desanudarse ese hilito que aún traía atado a algún dedo, y olvidarse de la realidad comunal.

Ahora ya no podía salir de su cuadra, y ni siquiera hubo de impedírselo. Se limitaba a sacar su mecedora, y ponerse a comer guayabas a la sombra del árbol que él mismo plantó años atrás.
Yo ya tenía más de diez años, los suficientes como para notar que en sus pupilas el brillo era diferente a la amargada mirada de mi padre, y la preocupada luz que salía de los ojos de mi mamá. O a lo mejor era esa perspectiva que uno tiene de pequeño. Pero cada vez que paso y por casualidad mis ojos se cruzan con los de Marina, siento que tienen la misma luz que salía de los ojos de mi abuelo Manuel.

El vecindario fue cambiando, las casas cambiaron de color, se fue gente y llegó otra. Pero desde ese tiempo, estaba Doña Irmina, y el señor con fobia a los perros era tan sólo un niño de unos doce años. De súbito, nos dimos cuenta que el vecindario estaba lleno de locos. Llegaron los predecibles misioneros que venían a predicar la palabra de salvación para nuestros "pobres desamparados". Los corrimos a patadas. Nuestros locos no eran pobres, tenían comida, ni desamparados, porque tenían familia. Toda la cuadra dejó de ir a misa, y creo que es fecha que no oigo hablar de religión en ese lugar.

Los nuevos señores que llegaron eran policías, y gustaban de tirar bromitas a diestra y siniestra. Le tenían una especial predilección al Guayabito. Llegaban todos los días, antes de irse al trabajo, cercaban la entrada de la casa, y por la bocina, gritaban:

"Atención, esto no es un simulacro de operativo. Tenemos orden de arresto para el señor Manuel Guayabito Gutiérrez, salga con las manos en alto y no intente arrojar guayabas."

Mi abuelo se asustaba mucho, corría hacia la cocina tan rápido como sus pantuflas blancas y sus flacas piernas se lo permitían, tomaba unas cuántas guayabas, tres manzanas quizá, y salía disparando frutas a las patrullas aparcadas en la calle. Los viejos salían disparados, carcajada tras carcajada, y se largaban a trabajar.

Hasta que tuvieron que dejar de hacerlo.

Como parte de su rutina, salieron los policías a reunirse y saludar, tomaron su patrulla, y se dirigieron a la casa de mi abuelo.

"Atención, Guayabito Gutiérrez, sabemos que está dentro. Queda arrestado por posesión ilícita de guayabas alucinógenas, entre otros narcóticos. Salga con las manos en alto, o procederemos con violencia."

Pero uno de ellos cometió la estupidez de sacar su pistola, abrir la reja, y golpear la puerta hasta que cediera. Mi abuelo no estaba preparado para ese ataque tan improvisado y ajeno a la particular rutina de todos los días. Se paralizó, palideciendo como nunca, tuvo un ataque, y se desplomó en el suelo.

Los policías dejaron de reírse al tiempo que El Guayabito caía y se golpeaba la cabeza contra una silla, y las guayabas rodaron por toda la sala. Doña Irmina se horrorizó tanto al contemplar la escena que corrió hacia la bola de uniformados y comenzó a arrojarles piedras, gritándoles sandeces y deseándoles a todos y cada uno, la peor de las muertes a causa de aguacates mal lavados.

Llevaron a mi abuelo al hospital. Me dijeron que había tenido un paro cardiaco, luego que una embolia. Creí todas las versiones. Todo con tal que me dijeran que se podía recuperar.

Y lo hizo.

Cuando abrió los ojos, en una tarde de hospital, se volvió hacia mí y dijo, ves m'ijo, yo los cementerios los paso por alto.

Pero después de eso, no volvió a hablar.

Regresaron al Guayabito a su casa, pero ya no hablaba, ya no comía nada, ni siquiera guayabas. Se quedaba en su mecedora las horas, esperando que llegara la enfermera y a regañadientes le hiciera comer. Visitarlo ya no tenía mucho sentido, pues uno sólo podía contemplar los despojos de un señor otrora llamado Manuel. Excepto para Marina, que era tan sólo un bodoque de año y medio, y se la pasaba jugando al lado de mi abuelo.

A partir de entonces, aumentó la frecuencia de locos en la calle. Dijeron que mi abuelo fue el que causó la epidemia. Marinita dejó de hablar de repente, y se quedó babeando monosílabos para siempre. El señor de la fobia a los perros también perdió la razón. Todos los que lo conocían bien cuando estaba cuerdo se volvieron locos, excepto Doña Irmina, que ya estaba mal.

Desde luego, el grupo de policías tuvo que abandonar la colonia. Familias enteras iban a sus casas y arrojaban guayabas y toda clase de fruta para recordarles el episodio del Guayabito. Digamos que el suceso tuvo mucho peso en la historia de la colonia.

Los loquitos comenzaron a salir a las calles a deambular perdidos, excepto mi abuelo. Todos hacían algún destrozo, gritaban, lloraban, se reían. Excepto mi abuelo.

Hasta un día, que parecía que andaban particularmente más exaltados que de costumbre, mi abuelo, tendido en su mecedora, esperó a que la enfermera se metiera a prepararle su desayuno para levantarse, abrir la reja, y salir a la calle caminando como no lo había hecho en años. Era un viejo calvo, con bata blanca y pantuflas azules, avanzando en dirección al panteón con paso lento y desgarbado. La bola que estaba profiriendo alaridos y murmullos atropellados se le quedó viendo. El viejo avanzaba hacia el cementerio, los locos lo empezaron a seguir. Topó contra la alta pared blanca que separaba a los vivos de los muertos. El séquito de atrás se detuvo en seco. Manuel, según dicen, trepó la barda con esfuerzo, y una vez arriba, se dio media vuelta con precaución de no caerse antes de lo previsto y saludó al público que se encontraba ahí abajo, mirando a mi abuelo con expresión por demás incrédula y extasiada. Manuel, el Guayabito, se había levantado. Todos le aplaudieron al unísono. Gritaron, volvieron a aullar, cantaron, bailaron tan bien como sus atrofiados cuerpos permitieron. Y en eso, el Guayabito saltó, panteón adentro.

El estrépito que ocasionó la bola de locos que se quedaron del otro lado del muro fue tanto que todos los vecinos salieron a ver qué pasaba. Para cuando se dieron cuenta y pudieron comprender entre babeos y frases entrecortadas lo que el Guayabito había hecho, los locos estaban corriendo en búsqueda de la entrada al panteón. Los agarraron a todos, de la bata, del vestido, de la camisa, y los arrastraron de vuelta a Patricio Milno. Unos cuántos, acompañados de la enfermera, se metieron al panteón a buscar a Manuel. Entre pilas de escombros y lápidas, capillas, ángeles y cruces marchitas, encontraron una pantufla, y la bata. De mi abuelo, no había seña alguna. Y nunca la volvió a haber. Pero en la calle de los locos, su historia se sabe de principio a fin de las cuadras, incluso traspasó las colonias, y hay gente que asegura que vió por esos años a un viejo flaco y escuálido volando por los aires, con una sola pantufla. No les creo. Prefiero pasear por aquí, a pesar de que el señor odie a mi perro, y me quedo parado frente a la pared blanca con la que topa la calle.

Mi abuelo, tal como él dijo, había pasado por lo alto el cementerio.

Vista previa.

Somos el desayuno perfecto
para una cena de pasta y varias copas de vino
que inventarían una cruda francesa
callarían más de quince secretos
cada quién
y simbolizarían un sueño imposible
a las tres de la mañana

You're the only one who ever knew me at all

"Dios dijo, cruzado de brazos: veo que he creado muchos poetas, pero no tanta poesía."

Qué asco. Todos somos iguales, perseguimos los mismos anhelos. A veces nos damos los mismos aires, perdemos las mismas esperanzas, sentimos las mismas penas. Buscamos lo mismo que buscó Voltaire, Monterroso, Shelley, incluso Baudelaire...

Y entonces este sueño debería ser el peor de todos los infiernos. Cada quien luchando y defendiéndose con los dientes para prevalecer en la carrera.
Pero no.
Habemos pocos, nos decimos. Y sin embargo seguimos siendo un mar de frustraciones y deseos.
Una infinita maraña de historias vividas y de visiones contadas, todas igualmente probables de ser verdad
y de ser mentira.

Y todos conocemos el amor, el desamor, el pseudoamor, el no-amor, el cuasi-amor.
Lo imprisionamos, le escupimos, le adoramos.
Nunca nada había sido tan humillado.

Todos podemos juntar palabras, tragarnos velas enteras mientras acomodamos nuestras letras favoritas para decir una sarta de mentiras.
Es un vicio por demás adictivo, e injustificable ante cualquier juicio.
Y cualquier persona puede caer.
Lo que pasa es que renuncian a las posibilidades
entre cielo y el infierno

Y se quedan con el terreno de lo absurdamente real.
Física. Matemáticas. Sociedades. Medicina. Biología

Materia tangible, mundo material.
Con sangre, con lodo, con olor a dinero.

Señores, todo eso también se puede hacer brotar de un vidrio, de la ventana, de la pared, de una hoja blanca, del piso.
Sólo se necesita algo para escribir.

No te ha pasado que vas caminando, y encuentras a la madre, inventándole la historia a su hija, de la niña que por no lavarse las manos murió a las manos de un sicario.
O cuando ves al señor explicando a su esposa, que a mitad de la calle, después de un día asqueroso, el carro se quedó sin gasolina, que el mejor amigo murió atropellado, y que él terminó en una cantina con otra mujer al lado.

También las historias de drama, que harían enverdecer de envidia a aquél simpático inglés cortesano.
Los ataques al corazón, el cáncer, el desengaño.
Se han inventado guerras, personajes
Un montón de niños, motivos y lugares que sólo tenían como objetivo intentar subir la moral de los ciudadanos decaídos.

Sí, señor. Hay muchas historias afuera, y las escribimos nosotros.
Las inventamos nosotros.Podemos hacer tanto...

Qué asco.
Qué farsa.
Todos somos escritores.

La mejor novela de todas,
incluso la mejor poesía
se encuentra deambulando entre nosotros.
Puede respirar.

viernes, 21 de marzo de 2008

Verso 2

Perdóname por lastimarte
y ni siquiera dejar bien escritas
con la pluma
mis palabras en tu espalda

viernes, 14 de marzo de 2008

yxsht

hush
en silencio, desliza tu mano sobre el escalón
siente cómo los trozos de cemento van cediendo ante tus dedos
eres polvo
eres viento


elige una identidad para reanudar el juego
hoy puedes ser la ausencia, y mañana ser la duda
puedes cambiar tu nombre cuantas veces lo desees
yo no tengo nombre ni identidad pendiente
y a mi otro amigo, le gusta jugar por jugar

sopla parte de tu anhelo en la harmónica
yo no puedo porque soy cera
me deshago
mis dedos se entrelazan con las cuerdas
la soga
la guitarra

elige una identidad
la que menos te guste
elige la parte de ti que hoy vamos a matar













Le train


Durante dos horas cayó la lluvia, y Daine se quedó pegada a la ventana, observando las gotas que se apelmazaban en el vidrio, en el suelo, en el césped. Le hubiera gustado encontrar una explicación a la canción que escuchaba cada vez que llovía, pero llegó a la conclusión de que no todo debería tener una.


Al menos, no todo lo que ella pensaba.

Había llegado a un punto en el que había traspasado el límite de lo racional, y se hallaba flotando entre los desvaríos y la falta de sentido, en un tren...


Esperaba que al llegar denuevo a Francia, y buscando pistas en Montmartre, podría por fin descubrir el secreto de la luz que se enclaustra en cada fotografía que tomaba.


Mientras ella ponía su mano en la ventanilla, mientras ella exhalaba para escribir su nombre en el vaho que se quedó en el cristal, en uno de los infinitos teatros de parís, Malena bailaba.


Con el sonido de un tren que se aleja cada vez más de la estación, y con el constante recuerdo del libro olvidado en esa banca, Malena hacía el esfuerzo por sonreír, y olvidar los intentos frustrados en el escenario. Cuidaba que no se fuera a caer, mientras el público aplaudía. Con sus giros, daban vueltas también infinidad de cajas de juguetes y muñecas de trapo y porcelana. Los arrullos para irse a dormir, los lirios que crecían en la terraza...


Las manos, frágiles, graciosas, dibujaban en el aire mareas de agua y vientos de ensueño. Los pies se movían en un vaivén desesperado, pero su rostro emanaba tranquilidad, consuelo. Malena le bailaba a la infancia, a sus recuerdos llenos de añoranza y a sus memorias. Malena le bailaba a su soledad.


El tren se detuvo con un suave chirrido que aturdió los oídos de Daine por varios segundos. Pero todo eso se le olvidó cuando levantó la vista de los escalones del vagón, y se topó frente a frente con Jan.


- Creía que no me esperabas. - Le dijo, mitad desafiante y mitad contrariada.

- Yo igual. - Se limitó a decir él con suavidad.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Esther


Puede el mar acercarse a la derecha

y sentarse frente a frente con la luna.




Una hoja me golpeó la cara
Mientras el viento me dejaba sentir
La humedad de mi cabello
Y me recordó, que soy una persona sin pasado
Que no tengo ligereza ni tino
Porque lo perdí la vez que me golpeé contra el suelo

Un cajón me cayó sobre el pie
El día que mi madre me corrió de la casa
Mis amigos se mudaron a otro vecindario
Y yo me convertí en pedazos de nostalgia

Súbitamente, ya no estaba bailando
Giraba dando tumbos, caminaba a media noche
Me resbalaba con el agua del drenaje
Y los juguetes que guardé, junto con mis notas
Fueron recogidos por el señor de la basura
Aquél viernes por la tarde

Aún traigo el cabello sujeto con un broche dorado
Sigue estando húmedo, y huele a shampoo
Pero hoy es otra noche, y cada día cede
Mientras yo sigo pensando que me encuentro
Atorada, en el mismo lugar



Esther, cuando yo sea grande, quiero escucharte
Todos los días, cada mañana
Mientras contemplo el cielo
Antes de irme a acostar.

martes, 11 de marzo de 2008

Fate's Barbecue


Acción/Reacción
todo lo que sube, tiene que bajar

Manuel ya no me saluda en las mañanas
como solía hacerlo todos los días.
Ahora pasa de largo y no se preocupa por sonreír,
si me lo llego a cruzar.



Creo que es por la vez que yo dije que aborrecía sus cuadros
y comparé con sorna los retratos que hacía
a los garabatos sucios de mi prima pequeña, Inés.



O tal vez por las incontables ocasiones
en las que lo miraba con desdén,
y mientras él me hablaba, yo perdía mi vista en la ventana,
en la puerta,
en mi cabello.



Posiblemente sea que me ignore ahora,
pues se ha dado cuenta de mi insoportable temperamento
y de mis vagas e inconsistentes ideologías
que se dedican a contradecir sus premisas de viejo enfermo.



Manuel venía en las tardes a visitarme a mi casa
y traía ramos de flores bellos.
Se marchaba derrotado, después de un cuarto de hora
cuando yo ya me aburría,
y él no tenía nada qué decir.



Al menos me daba risa, verlo ir y venir
de mi casa al trabajo, del trabajo a la fiesta,
siguiéndome a cualquier lado, al que yo quisiera
y nunca le oí quejarse, sus gestos siempre fueron los mismos



Pero hoy, que ya es de noche, que estoy cansada
y los ojos se me nublan de lágrimas mientras cruzo la calle,
Manuel está afuera de su casa.
Me ve y se da la vuelta,
y me deja varada en la acera, sola,
mirando el camino vacío y su espalda.



Y no puedo evitar sonreír de nuevo
y maravillarme de los azares del destino,
porque ahora es él quien se burla
de mi frente sudada y llena de angustia.


martes, 4 de marzo de 2008

Untitled, part I


¿Dónde estás, pequeña hoja blanca?


Era un mensaje bastante peculiar, y era más extraño el haberlo recibido. Jan se quedó mirando fijamente la nota que sostenía en sus manos, como si intentara sacar el contexto y alguna información extra además de aquella pregunta inocentemente irrelevante.

E impropia. Él no era hoja, en todo caso convendría mejor ser un ojo blanco. ¿Hoja blanca?


Soñé contigo, y al otro día, moriste.

Tu rostro se hizo pedazos

y tu cuerpo destazado se esfumó ante mí.


Jan está sentado en la mesa más alejada, escondida en la esquina del café. Es cerca de mediodía, y la poca gente que pasa por la calle carga baguettes y comida para llevar a sus casas. La caminata ha sido larga, y la calle adoquinada está adornada de personas enfundadas en abrigos, portando bufandas para contrarrestar en viento agresivo que hace a los árboles doblarse de un lado a otro. Suponía que las condiciones climáticas eran atribuibles únicamente al hecho de que era febrero, y el clima impredecible hacía absurdo el saber con certitud si en una de esas valía más cargar el abrigo en la mano todo el día o llegar empapado a la casa. Mientras pensaba todo eso, observaba a las pocas mujeres que pasaban a esas horas, a través de la ventana del café. Y cuando las veía, siempre estaba pensando en Daine.

El único recuerdo latente de que Daine había estado de paso por su vida era el sombrero negro de bombín y la hoja en la que escribió un mensaje la primera noche que entró en el cuarto de Jan. Batalló mucho para poder enfrentar el hecho de que habían pasado más de tres meses, lo suficiente como para saber que no iba a regresar. Por lo mismo, se dedicó a recoger los discos, libros y demás objetos olvidados a propósito, o por error, y los guardó en la hielera que tenía en la alacena. En caso de que los reclamara, sería una especie de venganza el decirle que los buscara en la cocina que ella tanto odiaba. Y si no, daba lo mismo, pues él a menudo olvidaba la existencia de esa hielera vieja. La cocina había quedado establecida como el territorio más inhóspito durante el reinado de Daine. Detestaba con pasión inexplicable la cocina y todos sus aditivos, y jamás pudo concederle a Jan el deseo de prepararle ninguna especie de alimento decentemente comestible.

La conoció por error, durante una de sus erráticas visitas a playas olvidadas. Llegó huyendo del frío de Madrid, y terminó a final de cuentas refugiándose en Noruega. Pero no se congeló, porque mientras caminaba por una de las calles de ese pueblo, encontró a Daine dejando el correo afuera de su casa. Según como le había explicado, ella había entrado a su casa, regresó fuera para abrir el buzón y encontró dentro varios sobres. Entre ellos estaba uno que tenía remitente de España. Daine dio por hecho que la carta pertenecía a Jan, y por eso aprovechó para dejársela debajo de su puerta, justo en el exacto momento en el que Jan regresaba.

No había nada extraordinario en Daine. Al menos, nada a simple vista. A comparación de Jan, la muchacha poseía los rasgos más normales y la actitud más habitual de todas. Todo salvo su piel, color mazapán. Pero después de platicar con ella un rato, Jan se dio cuenta que no bastaba verla, sino que él debía conocerla. Resultó entonces que Daine había terminado en Noruega porque no había aprobado el pase a la universidad, había peleado con sus padres y lo único que le interesaba en la vida era fotografiar. Los dos eran como balsas que iban sin gobierno. Jan estaba en Noruega por aversión a Madrid, él tenía menos motivos para haber huido de su hogar. Y ahora que lo pensaba, en realidad ninguno de los dos tenía uno… se morían por renunciar constantemente a él. Así, Jan y Daine se marcharon una noche de verano cuando el pueblo entero se encontraba de fiesta. Para cuando los vecinos se percataron de su ausencia, los dos se hallaban a la deriva en un barco, en camino a ningún lado, después montados en caballo, trepados en avión. Recorrieron Noruega y otros países escandinavos, delimitaron toda la costa y se pararon en España. Pero ahora que estaban juntos, Jan supo que debían abandonar la hospitalidad madrileña. Y se fueron a París.

París es el consuelo de muchos de los desterrados y autoexiliados del mundo. En él, los dos encontraron su elemento y Daine retomó la fotografía. Pero olvidaron el hecho de que eran balsas a la deriva. Sus caminos se cruzaron por un rato, pero con el tiempo, comenzaron a divergir. Jan volvía al piso y se topaba con que Daine no estaba. No había comida, no había ropa limpia. El cuarto en el que revelaban las fotos estaba lleno de basura. Algo había en el ambiente que alteraba el humor de ella. Y él, contrariado, no encontraba la posible respuesta a tantos cambios de ánimo. Otros días abría la puerta de su cuarto y la encontraba tendida sobre el suelo, llorando desconsolada mientras le pedía perdón y le prometía hacer lo posible por lograr otorgarle amor eterno. Jan tenía que cargarla y llevarla a la cama, calentar una taza de café o preparar un té. Pero nunca podía aguantar sus ataques de cólera. Daine tumbaba todo, rompía los cristales del baño, golpeaba las puertas, le arrojaba zapatos. Terminaron por no reemplazar jamás los espejos de ningún cuarto, pues casi cada mes los tenían que cambiar.

Jan nunca entendió por qué cuando Daine estaba ebria, le juraba amor eterno. Desde un principio, fue ella misma quien le dijo que accedía marcharse con él, pero que nunca pensara que podría corresponderle si él considerase una relación sentimental. En ese momento, en Noruega, bajo un montón de suéteres y con la nieve cayendo en su cabeza, Jan tuvo que deshacerse de cualquier posibilidad proyectada de una vida enamorado de Daine.

El mesero le pregunta si quiere otra taza de café, a lo que Jan responde negativo con un leve movimiento de cabeza. Mira hacia la puerta y estruja entre sus manos la trémula nota de la pequeña hoja blanca.

Nueva colección de nimiedades

La niebla es estúpida, y una más
Por dejarla que se instale.

-i-
van las hojas corriendo por el pasto
correteando los recuerdos
las memorias
las decenas de milagros

a la sombra del viento
en medio del bosque desierto
perdidos los intentos verdes

Todos los fuegos del fuego
todos tus fuegos, mi fuego
vamos cediendo ante el peso
la antorcha muere, el yugo se subleva

el mundo se declara enfermo
nosotros nos salvamos, ilesos
perdemos encanto, salimos al ruedo
las cloacas se miran, se aconjogan
se nos escapanel tino deshauciado
el pulso perdido y malinterpretado

los versos que rimo, aferrada
se hacen ceniza de huesos
y se pierde el cabello
en el eco de la nostalgia

-ii-
El frío te quita las ganas de vivir,
A ti y a tus sueños delgados.
Te remite a un lugar secreto y desolado
Donde no se admite a nadie más que a ti.

El frío trae consigo tus ganas de desaparecer
Y de abstraerte de la verdad estúpida y ensimismada
Esa que vive y levita a tu alrededor
Y llena tus ojos de asco, y tus manos de aserrín.

El frío te remite a tus recuerdos
Y lentamente te deja desfallecer
El frío viene y te envuelve como un soplo de balada en piano
En la noche y en la mañana
Aquella triste melodía al son de la cual yo bailo
Desde hace incontables noches, y por el resto de mis días

Permíteme tomar tus manos y enseñarte a bailar
Tal vez se necesite de dos imbéciles ingratos,
Para saber hacer llevadero este infinito vals.

Si movemos nuestro suelo,
Mientras caigo de nuevo
Tal vez resulte que a través de las lágrimas
Logremos ver por un instante,las hojas que caen


domingo, 2 de marzo de 2008

Incomplet


"Y procura traer contigo siempre un libro, para cuando quieras divagar."


Yo preferiría traer una libreta

y largarme de vez en cuando

una hoja en blanco es el mejor comienzo

una hoja completamente llena sería mi mejor final


Yo veo mi vida como una hoja,

la que al principio estaba

blanca e inmaculada


en ella voy escribiendo poco a poco

a veces con sangre

a veces con mierda


No sé si vale la pena, hay muchas cosas

escritas

con tintas distintas (válgame)


Hay muchos tachones y cosas que he manchado

Hay muchas cosas que desearía borrar

La tinta corre en mi mano

a veces escribo con los ojos, la cabeza, con los pies

escribo con sueño,
escribo con hambre,
cuando no duermo,

porque no sueñas,

cuando te duermes, te escribo.

sábado, 1 de marzo de 2008

Comentario

Hoy no escribo poemas.
hoy hablo con la poca voz
que deja escuchar mi pensamiento


las razones de volar se han disipado
entre pan francés
y pétalos morados


Entre la incertidumbre de la insignia
y la pérdida del azar
yo me convoco al ruedo
yo te proyecto una vez más


Siguiendo nuestra estela,
ardiendo en fuego,
hundámonos de nuevo
que el suspiro se levanta
cada vez que nos juntamos:

vuela, rema, suena
tú eres polvo, yo soy agua
en la arena, construimos nuestro hogar