martes, 15 de abril de 2008

La última carta

En un día irrelevante, Violeta se despertó de golpe. Sentía que aspiraba polvo cada vez que respiraba, se asfixiaba. El estéreo seguía encendido, las puertas abiertas. Ah, la ventana no estaba cerrada...


Posó sus pies descalzos en el piso, aferrándose al buró frente a su cama para no caerse por el mareo que le venía todos los días al levantarse de ella. El suelo estaba frío, hacía calor. Afuera, a través de la ventana, el cielo era café...


Salió de su cuarto para asomarse y ver si había gente en la casa. Nadie. Bajó a desayunar. A través del ventanal, el cielo seguía siendo café.


El sonido de la cuchara golpeando suave, rítmicamente el plato de cereal se multiplicaba en ecos a través de la soledad en la casa. Cuando no había nadie hasta sus pasos descalzos se escuchaban, del sótano a su cuarto. A Violeta le daba miedo. Lo ignoraba constantemente, pero muchas veces le asustaba.

Era una aversión a la soledad que había sido tantas veces viciada.

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