martes, 27 de mayo de 2008

Cotidiano

Y hoy hemos vuelto a llorar por ti, y consolar a los niños hirviéndoles té de manzanilla sin explicarles por qué aún no pueden salir al patio a jugar. Ya han dibujado tu silueta en el cemento, hurgado en tus libros y tus cosas para encontrar una razón. Los niños se aplastan contra la ventana, pero no pueden ver hacia afuera y contemplar el jardín, pues todavía no hemos limpiado las manchas de sangre ni removido tus zapatos del pasillo. Aún teníamos la esperanza que fuera una de tus asquerosas bromas, como la vez que te dibujaste un moretón gigante en la mejilla con tinta permanente, o como la vez que decidiste saltar de las rejas colosales en la iglesia, y esparciste sangre falsa por toda la pared.

Pero no.

Mientras íbamos a misa, como todos los domingos, decidiste que renunciarías a lo cotidiano: intercambiar tus risas socarronas de todos los días por nuestras lágrimas constantes durante las últimas semanas. No hemos quitado ni la cuerda ni la navaja por instrucciones del policía. Pero los niños no pueden salir a jugar.

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