domingo, 31 de agosto de 2008

dueto

Monterrey y yo fuimos lo que fuimos:
Ella una ciudad y yo una persona, que nunca supieron encontrarse una en la otra.

Intentamos cambiar de corazones más de una vez, y buscar en más de dos una razón existencial.

Más de dos: ella más de dos siglos -incluso más de cuatro,- yo en más de dos personas.

Las dos necesitamos del sol para ser nosotras mismas...

Desde siempre, fuimos lo que fuimos. Cada una aprende a su manera a protegerse (tal vez a condenarse) de lo que seremos mañana.

Sin sorpresas,
creo que es por eso que (no) volveremos a estar juntas
(más).

Gracias por ser septiembre

Unos cuantos meses sin sol,
Unas cuantas mañanas con frío
Unos cuantos viejos con sed
Muchas palabras dolidas
Muchas lágrimas repartidas
Muchos besos robados

Un sólo par de labios
y un sólo par de manos
idolatrados
(uno del otro)

Los mismos ojos, viendo distinto

Viejo, nunca pudimos tener el mismo tino

miércoles, 27 de agosto de 2008

Fénix

el hombre debió llamarse así,
pues cada vez que sucedía algo,
se levantaba de sus cenizas y volvía a nacer

Era como un dejo de persona: jirones de piel colgando igual que sus ropas raídas.
Las plantas de los pies a carne viva, uñas negras por incontables infecciones, el cabello seboso y un olor a rancio insoportable.

No era hombre.
Tampoco era un animal.

Dormía oculto bajo plastas de basura. Periódico y cartones que yacían tirados en la acera eran las sábanas de aquel enfermo condenado. Su despertador era el sonido de las motocicletas que repartían, a eso de las 5 de la mañana, los periódicos. Nunca probó el yogur.

Caminaba durante el día, peregrinando de iglesia en iglesia hasta llegar al centro de la ciudad, como para formar parte del cuadro turístico: edificios bellos, estatuas pulcrísimas, árboles... y él, monstruo.

Esos ojos arrugados de tanto recibir de golpe los rayos del sol, la boca marchita por tomar agua de lluvia cada vez que el inclemente clima del semi-desierto se lo permitía, los dedos grises y envenenados.

Ya nadie le daba dinero. Ya venía siendo su hora de partir.

Avanzó hacia la fuente, llena de moho y bolsas de papitas. Miró su reflejo en el agua... No supo articular palabra. No sé si alguna vez lo hizo siquiera. Tampoco si podía entender los diálogos entrecortados que circulaban a su alrededor, con toda esa gente en movimiento. ¿Qué tal si él era el testigo de todos ellos, y no al revés? Qué tal si él era el único y todos los demás eran un círculo de lodo, ciclándose para evitar disolverse en el agua y en el aire.

Lo que sea. De cualquier manera, él era el fuego.

Ardió.
Ardieron sus manos, ardieron sus ojos. Al no poder controlar la quemazón que sentía dentro, intentó calmarla haciendo contacto con el resto de su cuerpo. No pudo. La carne sin piel también ardía.

Tal vez, sólo tal vez, eso podría ser el nuevo comienzo. Despertaría y se daría cuenta que es otro día, un cuerpo nuevo, sin costras, sin cicatrices, sin ojos lagañosos. No sería basura, sería una casa. No serían monedas, sería comida. No sabía. El fuego subía ahora hasta su pecho, carbonizaba su estómago. Ahora sus pulmones, la tráquea, la garganta que nunca articuló palabra... La fiebre lo convulsionaba. A unos cuántos metros, una parejita de adolescentes idiotas intercambiaban sonrisas y manos tímidas, una madre discutía con su hijo, unos novios comían nieve.

Mientras- frente a ellos- el fénix se quemaba, se moría, renacía; en plena Macroplaza.

lunes, 25 de agosto de 2008

Ahora

Ahora que te pienso, ya no veo nada, sólo te dibujo.

Te imagino como el fénix que cada mañana se quema ante el espejo para levantarse de sus cenizas... Sin miedo, sin espirales, sin brillo. Sólo el fuego de vida que emite su mirada, y esa voz lastimera y lánguida con la que anuncia el principio de sus nuevos días.

El fénix llora antes de que su ciclo recomience: llora de agonía para anunciar su muerte, y prepara la aveniente belleza de su nueva vida.
Y yo que te vi llorar a través de tus letras, de tus miradas, de tus manos rotas y tu cabello crecido.

Con barba, sin barba.
Con lentes, sin ellos.
Con ropa, desvestido.

Yo que te vi caminar descalzo, andando entre vidrios rotos, cual vagabundo sin esperanza. Cayendo en el vacío de no encontrarte, y aun así no saberte completamente perdido.

Yo que sentía no poder llorar contigo, y que ansié sacarte mil y un veces de aquel pozo encharcado en el cual te hundiste hasta los ojos. Ahora que te pienso, no llega a mí ni un asomo del hombre que fuiste.

Para mí ya no eres hombre.

Ahora, para mí sos como el fénix, que fuerte y bello se eleva para combatir con fuego cada madrugada.

No recuerdo nada más.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Tout est calme

Tout est calme
excepto la velocidad a la que escribo
a grandes trazos y desviados pensamientos se van llenando los subconscientes recuerdos
ahora tangibles, después terriblemente lejanos

TOUT EST CALME, menos el piano del vecino
No hay nadie en la calle
el gallo canta pausado
todo, incluso yo, está calmado

Por un momento el estruendo de los carros se silencia
la vida transcurre enmudecida
hay movimiento, pero sin ruido
todo parece estar calmado

(aquí no hay nadie)

Los nuevos cotidianos

2. la habitación
el piso es de madera
las paredes,la puerta
y las cortinas:blancas

yo soy un punto negro
entre la multitud de cuartos y ventanas
que sofocan la ciudad

Aquí no hay montañas
Hay cerros, ambulantes, camiones
puestos, mercados, asfalto
y tren ligero

Aquí no hay montañas en cada punto cardinal
hay metro, protestantes, porros
familiares

Aquí no hay montañas que se ven desde mi ventana
(tan hermosas)
pero sí tráilers, vidrios, edificios
y gente, gente, gente...