lunes, 14 de julio de 2008

Stellet licht II

La luz silenciosa es como el agua:
inodora
incolora
insípida

No huele a ningún recuerdo
No sabe a ningún tipo de experiencia

La luz silenciosa de un beso no tiene memoria
Es sólo un instante exprimido y forzado a expandirse
(y repetirse)
por el tiempo
a través del universo

Luego se pierde,
y no vuelve más.´

Como una lágrima perdida:
la terrible tristeza
furia contenida,
expresada en una sola gota de repudio
cuando el dolor es tan en vano
que ya no sabe siquiera a flaqueza
o decepción

Quotidienne II

las cucarachas entran por el espejo
a eso de las 3:20 de la mañana
mientras el vecino toca el piano,
sus viejos duermen
y el bebé del segundo piso llora
berrea
y se vuelve a dormir

y las cucharachas se pierden entre el armario
los huecos por las entradas del aire acondicionado
se suben a la cama y duermen
se cobijan bajo sus cabellos
se abrazan a su cuerpo
especialmente a sus cachetes

buscan algo, se retuercen
comen un poco de su almohada y,
poco antes de que el sol huraño diga que amanece
el diablo sale, las llama
ellas atienden con un aleteo
abandonan la alcoba
por el mismo lugar del que salieron

te lo cuento porque una noche me encontré en la calle a una de ellas
se trepó a mi cuerpo
recorrió mis labios, mis brazos, mis ojos
y al final se acurrucó en mi oído
me habló de ti
y de cómo habría de morir

bagaje

puedo decir, con evidente egocentrismo
que he recorrido todo el mundo

he visto la ingenua melancolía que invade a los caídos
he besado el limbo de los olvidados
tomado de la mano al silencioso vaivén de un sueño

he abrazado y sonreído a la traición en forma de sombrero y labios de artista
he visto con los ojos del olvido
y sido cacheteada por el sino de mi propia historia

he sido sanada
y mil veces herida

he sido perfume
sonido

he sido violeta

digamos que ahora estoy sola,
violeta, violenta y lenta

martes, 1 de julio de 2008

La derrota

Es la historia de un hombre que se cansó de intentar hacer un esfuerzo, y abrir los ojos cada mañana. Así pues, hubo de quedarse ensimismado, con los ojos cegados por la furia, el coraje, el asco de cada madrugada.

Con la caída, pensé que se hastiaría de una vez por todas de sus vicios.

El mendigo derrotado, con lágrimas en los ojos, botella en mano. Suplicaba y gritaba a pulmón abierto. Sollozaba y maldecía a todos: al karma, a Dios, al país, al vecino. Y me pedía amor al tiempo que rozaba mi mano, acariciaba mis cabellos, susurraba canciones a mi oído...

Era un bastardo hermoso, con ojos profundos de melancolía contemplativa y labios delgados. Y yo lo amé. Lo amé tanto que las lágrimas hubieron de salírseme por los ojos mientras él, furioso, desquitaba su ira contra el transéunte que compartía con nosotros la acera. Mientras yo pensaba que era muy difícil explicar esa necesidad de aferrarse a lo físico, de escupirle a lo que no se parece a uno mismo, del futuro y el pasado colapsando nuestro presente.

Luego me le quedé viendo al mendigo, y comencé a llorar.