martes, 4 de marzo de 2008

Untitled, part I


¿Dónde estás, pequeña hoja blanca?


Era un mensaje bastante peculiar, y era más extraño el haberlo recibido. Jan se quedó mirando fijamente la nota que sostenía en sus manos, como si intentara sacar el contexto y alguna información extra además de aquella pregunta inocentemente irrelevante.

E impropia. Él no era hoja, en todo caso convendría mejor ser un ojo blanco. ¿Hoja blanca?


Soñé contigo, y al otro día, moriste.

Tu rostro se hizo pedazos

y tu cuerpo destazado se esfumó ante mí.


Jan está sentado en la mesa más alejada, escondida en la esquina del café. Es cerca de mediodía, y la poca gente que pasa por la calle carga baguettes y comida para llevar a sus casas. La caminata ha sido larga, y la calle adoquinada está adornada de personas enfundadas en abrigos, portando bufandas para contrarrestar en viento agresivo que hace a los árboles doblarse de un lado a otro. Suponía que las condiciones climáticas eran atribuibles únicamente al hecho de que era febrero, y el clima impredecible hacía absurdo el saber con certitud si en una de esas valía más cargar el abrigo en la mano todo el día o llegar empapado a la casa. Mientras pensaba todo eso, observaba a las pocas mujeres que pasaban a esas horas, a través de la ventana del café. Y cuando las veía, siempre estaba pensando en Daine.

El único recuerdo latente de que Daine había estado de paso por su vida era el sombrero negro de bombín y la hoja en la que escribió un mensaje la primera noche que entró en el cuarto de Jan. Batalló mucho para poder enfrentar el hecho de que habían pasado más de tres meses, lo suficiente como para saber que no iba a regresar. Por lo mismo, se dedicó a recoger los discos, libros y demás objetos olvidados a propósito, o por error, y los guardó en la hielera que tenía en la alacena. En caso de que los reclamara, sería una especie de venganza el decirle que los buscara en la cocina que ella tanto odiaba. Y si no, daba lo mismo, pues él a menudo olvidaba la existencia de esa hielera vieja. La cocina había quedado establecida como el territorio más inhóspito durante el reinado de Daine. Detestaba con pasión inexplicable la cocina y todos sus aditivos, y jamás pudo concederle a Jan el deseo de prepararle ninguna especie de alimento decentemente comestible.

La conoció por error, durante una de sus erráticas visitas a playas olvidadas. Llegó huyendo del frío de Madrid, y terminó a final de cuentas refugiándose en Noruega. Pero no se congeló, porque mientras caminaba por una de las calles de ese pueblo, encontró a Daine dejando el correo afuera de su casa. Según como le había explicado, ella había entrado a su casa, regresó fuera para abrir el buzón y encontró dentro varios sobres. Entre ellos estaba uno que tenía remitente de España. Daine dio por hecho que la carta pertenecía a Jan, y por eso aprovechó para dejársela debajo de su puerta, justo en el exacto momento en el que Jan regresaba.

No había nada extraordinario en Daine. Al menos, nada a simple vista. A comparación de Jan, la muchacha poseía los rasgos más normales y la actitud más habitual de todas. Todo salvo su piel, color mazapán. Pero después de platicar con ella un rato, Jan se dio cuenta que no bastaba verla, sino que él debía conocerla. Resultó entonces que Daine había terminado en Noruega porque no había aprobado el pase a la universidad, había peleado con sus padres y lo único que le interesaba en la vida era fotografiar. Los dos eran como balsas que iban sin gobierno. Jan estaba en Noruega por aversión a Madrid, él tenía menos motivos para haber huido de su hogar. Y ahora que lo pensaba, en realidad ninguno de los dos tenía uno… se morían por renunciar constantemente a él. Así, Jan y Daine se marcharon una noche de verano cuando el pueblo entero se encontraba de fiesta. Para cuando los vecinos se percataron de su ausencia, los dos se hallaban a la deriva en un barco, en camino a ningún lado, después montados en caballo, trepados en avión. Recorrieron Noruega y otros países escandinavos, delimitaron toda la costa y se pararon en España. Pero ahora que estaban juntos, Jan supo que debían abandonar la hospitalidad madrileña. Y se fueron a París.

París es el consuelo de muchos de los desterrados y autoexiliados del mundo. En él, los dos encontraron su elemento y Daine retomó la fotografía. Pero olvidaron el hecho de que eran balsas a la deriva. Sus caminos se cruzaron por un rato, pero con el tiempo, comenzaron a divergir. Jan volvía al piso y se topaba con que Daine no estaba. No había comida, no había ropa limpia. El cuarto en el que revelaban las fotos estaba lleno de basura. Algo había en el ambiente que alteraba el humor de ella. Y él, contrariado, no encontraba la posible respuesta a tantos cambios de ánimo. Otros días abría la puerta de su cuarto y la encontraba tendida sobre el suelo, llorando desconsolada mientras le pedía perdón y le prometía hacer lo posible por lograr otorgarle amor eterno. Jan tenía que cargarla y llevarla a la cama, calentar una taza de café o preparar un té. Pero nunca podía aguantar sus ataques de cólera. Daine tumbaba todo, rompía los cristales del baño, golpeaba las puertas, le arrojaba zapatos. Terminaron por no reemplazar jamás los espejos de ningún cuarto, pues casi cada mes los tenían que cambiar.

Jan nunca entendió por qué cuando Daine estaba ebria, le juraba amor eterno. Desde un principio, fue ella misma quien le dijo que accedía marcharse con él, pero que nunca pensara que podría corresponderle si él considerase una relación sentimental. En ese momento, en Noruega, bajo un montón de suéteres y con la nieve cayendo en su cabeza, Jan tuvo que deshacerse de cualquier posibilidad proyectada de una vida enamorado de Daine.

El mesero le pregunta si quiere otra taza de café, a lo que Jan responde negativo con un leve movimiento de cabeza. Mira hacia la puerta y estruja entre sus manos la trémula nota de la pequeña hoja blanca.

3 comentarios:

Jesús Mtz dijo...

El amor es justo lo q andaba buscando, llevalo contigo tomalo del brazo q el amor es por todo lo q sigo soñando.

Mr.Kite dijo...

"no hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamas sucedio..."

ya sabes, el de siempre...viejito españolao que musicaliza nuestras vidas...

gracias por escribir/ser tu

Ov!.Hamtigonito.Xse dijo...

vep pinceladas del arte que deja camus sobre sus letras, y un poco de Horacio... me agrada me agrada

al medio dia en la central con una pequena hoja blanca en manos