viernes, 21 de marzo de 2008

Verso 2

Perdóname por lastimarte
y ni siquiera dejar bien escritas
con la pluma
mis palabras en tu espalda

viernes, 14 de marzo de 2008

yxsht

hush
en silencio, desliza tu mano sobre el escalón
siente cómo los trozos de cemento van cediendo ante tus dedos
eres polvo
eres viento


elige una identidad para reanudar el juego
hoy puedes ser la ausencia, y mañana ser la duda
puedes cambiar tu nombre cuantas veces lo desees
yo no tengo nombre ni identidad pendiente
y a mi otro amigo, le gusta jugar por jugar

sopla parte de tu anhelo en la harmónica
yo no puedo porque soy cera
me deshago
mis dedos se entrelazan con las cuerdas
la soga
la guitarra

elige una identidad
la que menos te guste
elige la parte de ti que hoy vamos a matar













Le train


Durante dos horas cayó la lluvia, y Daine se quedó pegada a la ventana, observando las gotas que se apelmazaban en el vidrio, en el suelo, en el césped. Le hubiera gustado encontrar una explicación a la canción que escuchaba cada vez que llovía, pero llegó a la conclusión de que no todo debería tener una.


Al menos, no todo lo que ella pensaba.

Había llegado a un punto en el que había traspasado el límite de lo racional, y se hallaba flotando entre los desvaríos y la falta de sentido, en un tren...


Esperaba que al llegar denuevo a Francia, y buscando pistas en Montmartre, podría por fin descubrir el secreto de la luz que se enclaustra en cada fotografía que tomaba.


Mientras ella ponía su mano en la ventanilla, mientras ella exhalaba para escribir su nombre en el vaho que se quedó en el cristal, en uno de los infinitos teatros de parís, Malena bailaba.


Con el sonido de un tren que se aleja cada vez más de la estación, y con el constante recuerdo del libro olvidado en esa banca, Malena hacía el esfuerzo por sonreír, y olvidar los intentos frustrados en el escenario. Cuidaba que no se fuera a caer, mientras el público aplaudía. Con sus giros, daban vueltas también infinidad de cajas de juguetes y muñecas de trapo y porcelana. Los arrullos para irse a dormir, los lirios que crecían en la terraza...


Las manos, frágiles, graciosas, dibujaban en el aire mareas de agua y vientos de ensueño. Los pies se movían en un vaivén desesperado, pero su rostro emanaba tranquilidad, consuelo. Malena le bailaba a la infancia, a sus recuerdos llenos de añoranza y a sus memorias. Malena le bailaba a su soledad.


El tren se detuvo con un suave chirrido que aturdió los oídos de Daine por varios segundos. Pero todo eso se le olvidó cuando levantó la vista de los escalones del vagón, y se topó frente a frente con Jan.


- Creía que no me esperabas. - Le dijo, mitad desafiante y mitad contrariada.

- Yo igual. - Se limitó a decir él con suavidad.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Esther


Puede el mar acercarse a la derecha

y sentarse frente a frente con la luna.




Una hoja me golpeó la cara
Mientras el viento me dejaba sentir
La humedad de mi cabello
Y me recordó, que soy una persona sin pasado
Que no tengo ligereza ni tino
Porque lo perdí la vez que me golpeé contra el suelo

Un cajón me cayó sobre el pie
El día que mi madre me corrió de la casa
Mis amigos se mudaron a otro vecindario
Y yo me convertí en pedazos de nostalgia

Súbitamente, ya no estaba bailando
Giraba dando tumbos, caminaba a media noche
Me resbalaba con el agua del drenaje
Y los juguetes que guardé, junto con mis notas
Fueron recogidos por el señor de la basura
Aquél viernes por la tarde

Aún traigo el cabello sujeto con un broche dorado
Sigue estando húmedo, y huele a shampoo
Pero hoy es otra noche, y cada día cede
Mientras yo sigo pensando que me encuentro
Atorada, en el mismo lugar



Esther, cuando yo sea grande, quiero escucharte
Todos los días, cada mañana
Mientras contemplo el cielo
Antes de irme a acostar.

martes, 11 de marzo de 2008

Fate's Barbecue


Acción/Reacción
todo lo que sube, tiene que bajar

Manuel ya no me saluda en las mañanas
como solía hacerlo todos los días.
Ahora pasa de largo y no se preocupa por sonreír,
si me lo llego a cruzar.



Creo que es por la vez que yo dije que aborrecía sus cuadros
y comparé con sorna los retratos que hacía
a los garabatos sucios de mi prima pequeña, Inés.



O tal vez por las incontables ocasiones
en las que lo miraba con desdén,
y mientras él me hablaba, yo perdía mi vista en la ventana,
en la puerta,
en mi cabello.



Posiblemente sea que me ignore ahora,
pues se ha dado cuenta de mi insoportable temperamento
y de mis vagas e inconsistentes ideologías
que se dedican a contradecir sus premisas de viejo enfermo.



Manuel venía en las tardes a visitarme a mi casa
y traía ramos de flores bellos.
Se marchaba derrotado, después de un cuarto de hora
cuando yo ya me aburría,
y él no tenía nada qué decir.



Al menos me daba risa, verlo ir y venir
de mi casa al trabajo, del trabajo a la fiesta,
siguiéndome a cualquier lado, al que yo quisiera
y nunca le oí quejarse, sus gestos siempre fueron los mismos



Pero hoy, que ya es de noche, que estoy cansada
y los ojos se me nublan de lágrimas mientras cruzo la calle,
Manuel está afuera de su casa.
Me ve y se da la vuelta,
y me deja varada en la acera, sola,
mirando el camino vacío y su espalda.



Y no puedo evitar sonreír de nuevo
y maravillarme de los azares del destino,
porque ahora es él quien se burla
de mi frente sudada y llena de angustia.


martes, 4 de marzo de 2008

Untitled, part I


¿Dónde estás, pequeña hoja blanca?


Era un mensaje bastante peculiar, y era más extraño el haberlo recibido. Jan se quedó mirando fijamente la nota que sostenía en sus manos, como si intentara sacar el contexto y alguna información extra además de aquella pregunta inocentemente irrelevante.

E impropia. Él no era hoja, en todo caso convendría mejor ser un ojo blanco. ¿Hoja blanca?


Soñé contigo, y al otro día, moriste.

Tu rostro se hizo pedazos

y tu cuerpo destazado se esfumó ante mí.


Jan está sentado en la mesa más alejada, escondida en la esquina del café. Es cerca de mediodía, y la poca gente que pasa por la calle carga baguettes y comida para llevar a sus casas. La caminata ha sido larga, y la calle adoquinada está adornada de personas enfundadas en abrigos, portando bufandas para contrarrestar en viento agresivo que hace a los árboles doblarse de un lado a otro. Suponía que las condiciones climáticas eran atribuibles únicamente al hecho de que era febrero, y el clima impredecible hacía absurdo el saber con certitud si en una de esas valía más cargar el abrigo en la mano todo el día o llegar empapado a la casa. Mientras pensaba todo eso, observaba a las pocas mujeres que pasaban a esas horas, a través de la ventana del café. Y cuando las veía, siempre estaba pensando en Daine.

El único recuerdo latente de que Daine había estado de paso por su vida era el sombrero negro de bombín y la hoja en la que escribió un mensaje la primera noche que entró en el cuarto de Jan. Batalló mucho para poder enfrentar el hecho de que habían pasado más de tres meses, lo suficiente como para saber que no iba a regresar. Por lo mismo, se dedicó a recoger los discos, libros y demás objetos olvidados a propósito, o por error, y los guardó en la hielera que tenía en la alacena. En caso de que los reclamara, sería una especie de venganza el decirle que los buscara en la cocina que ella tanto odiaba. Y si no, daba lo mismo, pues él a menudo olvidaba la existencia de esa hielera vieja. La cocina había quedado establecida como el territorio más inhóspito durante el reinado de Daine. Detestaba con pasión inexplicable la cocina y todos sus aditivos, y jamás pudo concederle a Jan el deseo de prepararle ninguna especie de alimento decentemente comestible.

La conoció por error, durante una de sus erráticas visitas a playas olvidadas. Llegó huyendo del frío de Madrid, y terminó a final de cuentas refugiándose en Noruega. Pero no se congeló, porque mientras caminaba por una de las calles de ese pueblo, encontró a Daine dejando el correo afuera de su casa. Según como le había explicado, ella había entrado a su casa, regresó fuera para abrir el buzón y encontró dentro varios sobres. Entre ellos estaba uno que tenía remitente de España. Daine dio por hecho que la carta pertenecía a Jan, y por eso aprovechó para dejársela debajo de su puerta, justo en el exacto momento en el que Jan regresaba.

No había nada extraordinario en Daine. Al menos, nada a simple vista. A comparación de Jan, la muchacha poseía los rasgos más normales y la actitud más habitual de todas. Todo salvo su piel, color mazapán. Pero después de platicar con ella un rato, Jan se dio cuenta que no bastaba verla, sino que él debía conocerla. Resultó entonces que Daine había terminado en Noruega porque no había aprobado el pase a la universidad, había peleado con sus padres y lo único que le interesaba en la vida era fotografiar. Los dos eran como balsas que iban sin gobierno. Jan estaba en Noruega por aversión a Madrid, él tenía menos motivos para haber huido de su hogar. Y ahora que lo pensaba, en realidad ninguno de los dos tenía uno… se morían por renunciar constantemente a él. Así, Jan y Daine se marcharon una noche de verano cuando el pueblo entero se encontraba de fiesta. Para cuando los vecinos se percataron de su ausencia, los dos se hallaban a la deriva en un barco, en camino a ningún lado, después montados en caballo, trepados en avión. Recorrieron Noruega y otros países escandinavos, delimitaron toda la costa y se pararon en España. Pero ahora que estaban juntos, Jan supo que debían abandonar la hospitalidad madrileña. Y se fueron a París.

París es el consuelo de muchos de los desterrados y autoexiliados del mundo. En él, los dos encontraron su elemento y Daine retomó la fotografía. Pero olvidaron el hecho de que eran balsas a la deriva. Sus caminos se cruzaron por un rato, pero con el tiempo, comenzaron a divergir. Jan volvía al piso y se topaba con que Daine no estaba. No había comida, no había ropa limpia. El cuarto en el que revelaban las fotos estaba lleno de basura. Algo había en el ambiente que alteraba el humor de ella. Y él, contrariado, no encontraba la posible respuesta a tantos cambios de ánimo. Otros días abría la puerta de su cuarto y la encontraba tendida sobre el suelo, llorando desconsolada mientras le pedía perdón y le prometía hacer lo posible por lograr otorgarle amor eterno. Jan tenía que cargarla y llevarla a la cama, calentar una taza de café o preparar un té. Pero nunca podía aguantar sus ataques de cólera. Daine tumbaba todo, rompía los cristales del baño, golpeaba las puertas, le arrojaba zapatos. Terminaron por no reemplazar jamás los espejos de ningún cuarto, pues casi cada mes los tenían que cambiar.

Jan nunca entendió por qué cuando Daine estaba ebria, le juraba amor eterno. Desde un principio, fue ella misma quien le dijo que accedía marcharse con él, pero que nunca pensara que podría corresponderle si él considerase una relación sentimental. En ese momento, en Noruega, bajo un montón de suéteres y con la nieve cayendo en su cabeza, Jan tuvo que deshacerse de cualquier posibilidad proyectada de una vida enamorado de Daine.

El mesero le pregunta si quiere otra taza de café, a lo que Jan responde negativo con un leve movimiento de cabeza. Mira hacia la puerta y estruja entre sus manos la trémula nota de la pequeña hoja blanca.

Nueva colección de nimiedades

La niebla es estúpida, y una más
Por dejarla que se instale.

-i-
van las hojas corriendo por el pasto
correteando los recuerdos
las memorias
las decenas de milagros

a la sombra del viento
en medio del bosque desierto
perdidos los intentos verdes

Todos los fuegos del fuego
todos tus fuegos, mi fuego
vamos cediendo ante el peso
la antorcha muere, el yugo se subleva

el mundo se declara enfermo
nosotros nos salvamos, ilesos
perdemos encanto, salimos al ruedo
las cloacas se miran, se aconjogan
se nos escapanel tino deshauciado
el pulso perdido y malinterpretado

los versos que rimo, aferrada
se hacen ceniza de huesos
y se pierde el cabello
en el eco de la nostalgia

-ii-
El frío te quita las ganas de vivir,
A ti y a tus sueños delgados.
Te remite a un lugar secreto y desolado
Donde no se admite a nadie más que a ti.

El frío trae consigo tus ganas de desaparecer
Y de abstraerte de la verdad estúpida y ensimismada
Esa que vive y levita a tu alrededor
Y llena tus ojos de asco, y tus manos de aserrín.

El frío te remite a tus recuerdos
Y lentamente te deja desfallecer
El frío viene y te envuelve como un soplo de balada en piano
En la noche y en la mañana
Aquella triste melodía al son de la cual yo bailo
Desde hace incontables noches, y por el resto de mis días

Permíteme tomar tus manos y enseñarte a bailar
Tal vez se necesite de dos imbéciles ingratos,
Para saber hacer llevadero este infinito vals.

Si movemos nuestro suelo,
Mientras caigo de nuevo
Tal vez resulte que a través de las lágrimas
Logremos ver por un instante,las hojas que caen