Ahora resulta: que hasta las ratas son rizoma.
Montiel me susurró tranquilamente al oído un día: "el hombre es el único animal que sueña".
Sin embargo, lejanas voces provenientes de alguna montaña del norte niegan dicha aseveración. Para muestra, se habló de ratas. Ratas que sueñan laberintos. Ratas que se la pasan todo el día enclaustradas en laberintos, sometidas al experimento de científicos morbosos que se respaldan en la investigación neurológica para calmar sus impulsos perversos.
No me quedó más que recordar cierto roedor que no soñaba. No tenía registro de sueño alguno, ni siquiera durante su infancia.
En un principio, sentí lástima por él. (Pobrecito, no recuerda ningún sueño. Qué triste.)
Ahora pienso que tal vez su sueño es la vida misma, pero sin creer que la vida es sueño. No lo sabe, posiblemente él se indujo esta situación. Quizá sigue dormido, tal vez nunca despierte.
¿En qué parte del laberinto estaría la rata si estuviera despierta?
domingo, 22 de noviembre de 2009
viernes, 30 de octubre de 2009
Redactar
Cuando hablas así, me recuerdas a las ratas.
Seguro piensas en moras, rostros níveos y cabellos lisos, lisos y tan negros que su misma oscuridad irradia un fulgor raro e inexplicable. Pensarás también en narices respingadas, ojos bonitos y sonrisa con labios hermosos (delgados, bien delineados).
Yo no soy ninguna mora (en todo caso sería fresa), mi cara está quemada de tanto asolearme, mis cabellos son grifos y resecos; mi nariz es chata y gruesa, tengo ojos caídos y mis labios con como una plasta de maquillaje rojo mal distribuido.
Así que detente.
No describas la luna, absténte de hablar sobre magia si pretendes hablar de mí.
Seguro piensas en moras, rostros níveos y cabellos lisos, lisos y tan negros que su misma oscuridad irradia un fulgor raro e inexplicable. Pensarás también en narices respingadas, ojos bonitos y sonrisa con labios hermosos (delgados, bien delineados).
Yo no soy ninguna mora (en todo caso sería fresa), mi cara está quemada de tanto asolearme, mis cabellos son grifos y resecos; mi nariz es chata y gruesa, tengo ojos caídos y mis labios con como una plasta de maquillaje rojo mal distribuido.
Así que detente.
No describas la luna, absténte de hablar sobre magia si pretendes hablar de mí.
lunes, 26 de octubre de 2009
Impuntualidad
Lo único que me reconforta -
¿Qué había antes de ti?
La vaguedad de los recuerdos.
También hay pétalos desperdigados en el mar.
Un fugaz atisbo de ti.
Y cíclopes efímeros.
Ella está dormida, vestida de candor y sueños violetas.
Te quiero sentir hundirme en la arena. Arrástrame, mar.
Llegas con el frío...
¿Qué había antes de ti?
La vaguedad de los recuerdos.
También hay pétalos desperdigados en el mar.
Un fugaz atisbo de ti.
Y cíclopes efímeros.
Ella está dormida, vestida de candor y sueños violetas.
Te quiero sentir hundirme en la arena. Arrástrame, mar.
Llegas con el frío...
martes, 20 de octubre de 2009
Aquél que se roba mis bufandas
Es cierto, se viene anunciando el frío.
(Él llega siempre con el frío...)
Escuchando historias de pueblo, de abuelitos, memorias.
Cada uno tiene su particular PUEBLO. La mayoría de las veces indica origen, identidad. Difícilmente puede desapegarse de la palabra sin dolerse al arrastrar cierta cantidad de recuerdos.
Hay nostalgia. También puedo percibir una masa informe de rencores familiares.
No me da asco. En realidad, me temo, no me importa.
Recapitulando: frío, bufandas, recuerdos.
Ah, sí: él.
No vengo a recordar cómo fue que se instaló en mi vida. A decir verdad, ni me acuerdo. Sus expectativas sobrepasaron mis aptitudes. (Él perdió la esperanza, pero yo lo lamento más.)
Pero él no es el idiota que se roba mis bufandas. Tampoco es el artista bohemio que yo alguna vez dibujé en mis sueños. No es el que vino después de éste, ni el que estuvo antes.
Él llega con el frío, se pasea un rato por el parque, come como el cubano, y luego se va.
Yo ya no escribo.
No escribo para nada/nadie.
lo perdí
(Él llega siempre con el frío...)
Escuchando historias de pueblo, de abuelitos, memorias.
Cada uno tiene su particular PUEBLO. La mayoría de las veces indica origen, identidad. Difícilmente puede desapegarse de la palabra sin dolerse al arrastrar cierta cantidad de recuerdos.
Hay nostalgia. También puedo percibir una masa informe de rencores familiares.
No me da asco. En realidad, me temo, no me importa.
Recapitulando: frío, bufandas, recuerdos.
Ah, sí: él.
No vengo a recordar cómo fue que se instaló en mi vida. A decir verdad, ni me acuerdo. Sus expectativas sobrepasaron mis aptitudes. (Él perdió la esperanza, pero yo lo lamento más.)
Pero él no es el idiota que se roba mis bufandas. Tampoco es el artista bohemio que yo alguna vez dibujé en mis sueños. No es el que vino después de éste, ni el que estuvo antes.
Él llega con el frío, se pasea un rato por el parque, come como el cubano, y luego se va.
Yo ya no escribo.
No escribo para nada/nadie.
lo perdí
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en mi soledad
lunes, 28 de septiembre de 2009
Carta para un hombre con sombrero
Nunca se lo he dicho a nadie, me gustan mucho las flores. Me conmueven, me hacen sonreír con una especie de inocencia casi infantil. Cada vez que cruzo uno de los puentes desvencijados cerca de Insurgentes, veo al mismo señor sentado con su canasto lleno de rosas y ramos de gardenias. Y siempre titubeo a la hora de decidir pasar de largo o detenerme y comprar un ramo. Podría hacerlo; el dinero lo tengo. Compraría las flores, las llevaría camino a casa muy cerca de mi pecho, dejando que su esencia se filtrara lentamente dentro de mí. Gardenias, con su blanco color cremoso de mil épocas, con su olor a tango y a rocío, impregnadas con la sonrisa y el susurro casi imperceptible de alguien más...
También cuando me toca caminar por San Ángel, y atravieso el mercado de las flores, muero por comprar un ramo de gerberas, de rosas blancas, o de tulipanes... Y es que entre tanto colorido vegetal me invade una infundada certidumbre: como si las flores por sí solas fueran a embellecer la vida, como si al colocarlas en mi casa, las paredes blancas dejarían de verse desnudas y la soledad fuera más llevadera por compartirla con ellas.
Pero no, siempre me resisto. No tengo a quien llevarle flores. Afuera de mi casa sólo hay lugar para cactáceas y tendederos para la ropa. Las gardenias dentro de mi recámara no durarían un sólo día. Marchita la vida, marchito el lugar.
También cuando me toca caminar por San Ángel, y atravieso el mercado de las flores, muero por comprar un ramo de gerberas, de rosas blancas, o de tulipanes... Y es que entre tanto colorido vegetal me invade una infundada certidumbre: como si las flores por sí solas fueran a embellecer la vida, como si al colocarlas en mi casa, las paredes blancas dejarían de verse desnudas y la soledad fuera más llevadera por compartirla con ellas.
Pero no, siempre me resisto. No tengo a quien llevarle flores. Afuera de mi casa sólo hay lugar para cactáceas y tendederos para la ropa. Las gardenias dentro de mi recámara no durarían un sólo día. Marchita la vida, marchito el lugar.
lunes, 21 de septiembre de 2009
And if you gaze for long into the abyss, the abyss gazes also into you
Es cierto, mujercita. ¿Exactamente hace cuánto que no sonríes de verdad? Siempre apurada, caminando a zancadas, con el tiempo a cuestas. Ni en domingo, ni en lunes, ni en miércoles te atreves a intentar lo que hace dos años pautaba tus sueños; a lo que hasta con los dientes te aferrabas. Bendita ignorancia la tuya cuando pensabas que deshaciéndote de tu historia lograrías libertad.
Te has despojado de todas las sábanas oníricas que antes abrazabas. Y mientras, sentada al borde de la cama, desnuda contemplas las telas pisoteadas de tu juicio. Observas tus pies podridos y tus cabellos asimétricos. Entonces buscas otros ojos -comprensivos, tiernos- que te miren de vuelta, otras manos que te tomen de sorpresa al despertar por la mañana. Buscas un motivo, un aliento, un suspiro. Así vas por toda tu pieza, arrojando papeles, tirando sombreros, revolviendo entre los cajones de la ropa, queriendo -en parte arrepentida, la otra aún esperanzada- hallar un salvavidas. Algo que te recuerde que no basta beberte los libros uno a uno, que la poesía se encuentra en todos lados si se sabe apreciar, que uno y uno no es igual a dos pero quizá den uno mismo, que el dolor y el cansancio son imprescindibles a la hora de las pruebas del ensayo y errar.
Te estás hundiendo, idiota. Yo te recomendaría que lucharas por salirte del pantano.
Te has despojado de todas las sábanas oníricas que antes abrazabas. Y mientras, sentada al borde de la cama, desnuda contemplas las telas pisoteadas de tu juicio. Observas tus pies podridos y tus cabellos asimétricos. Entonces buscas otros ojos -comprensivos, tiernos- que te miren de vuelta, otras manos que te tomen de sorpresa al despertar por la mañana. Buscas un motivo, un aliento, un suspiro. Así vas por toda tu pieza, arrojando papeles, tirando sombreros, revolviendo entre los cajones de la ropa, queriendo -en parte arrepentida, la otra aún esperanzada- hallar un salvavidas. Algo que te recuerde que no basta beberte los libros uno a uno, que la poesía se encuentra en todos lados si se sabe apreciar, que uno y uno no es igual a dos pero quizá den uno mismo, que el dolor y el cansancio son imprescindibles a la hora de las pruebas del ensayo y errar.
Te estás hundiendo, idiota. Yo te recomendaría que lucharas por salirte del pantano.
jueves, 11 de junio de 2009
I'm the one to blame
Gritaba. No era estridente, más bien era un gritito ahogado de señorita a punto de perder los estribos.
-Cállate- le espetó él.
Volteó a mirarlo, dirigiéndole una mirada inquieta. Abrió la boca, insinuando uno de esos alaridos insoportables, pero ningún sonido emanó de ella.
-No- contestó.
-Cállate- le espetó él.
Volteó a mirarlo, dirigiéndole una mirada inquieta. Abrió la boca, insinuando uno de esos alaridos insoportables, pero ningún sonido emanó de ella.
-No- contestó.
Entonces, su voz desapareció.
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