domingo, 15 de febrero de 2009

Ensayo

Te extraño, ardilla. Has sido, hasta ahora, el mejor suricata que haya atravesado mi existencia. Insignificante, ahora te recuerdo con una nitidez absoluta. Traspasas a instantes mi torpe memoria corporal. Y es que nadie más ha podido intimidarme al tiempo que me inspire de esa ternura indescifrable. Tu boca bigotona, en su tiempo, fue más cautivante que cualquier rostro empapillado de bebé. Nadie ha vuelto a causar esa repulsión embelesante. No recuerdo nada tan hipnótico como tu famélica apariencia, pedazo de carne roída.

Estoy ensayando. Imagino un mundo en el que se viene abajo la teoría antropocentrista y la naturaleza toma, con justo reclamo, los lugares sobre los que nuestra plaga ha vomitado caudales de estirpe.

De cualquier modo a las ratas no les interesa adueñarse de la antigua, prehispánica y bien sabida reputación de los conejos. Opino que pronto engullirán hasta a la más astuta de las comadrejas que recorren las podridas rutas trazadas sin reparo, sin temor al futuro, a la escasez de agua, o a nuestra propia peste. Te escribo con las pocas toxinas que me quedan, porque la verdad es que ya no hay comida, y sólo queda tinta negra de ésa que se queda escurriendo en las calles cuando pasan los dinosaurios de acero para tomar.

No hay comentarios: