Está sentado con las piernas recogidas y mirando cabizbajo sus tenis enlodados. Recuerda entonces la vez que no entró al museo para terminar forcejeando con aquel Alejandro que le quería quitar sus lunares; la vez que llegó tarde a su casa y no había nadie por lo que hubo de colarse por la única ventana que dejaron abierta. Maldita gente...
Las personas se mueven como hormigas, deambulando con pereza sobre el terreno que ya conocen y donde no hallan nada relevante. Incluso las parejas tendidas a lo largo del parque saben de cierta manera que no hallarán nada nuevo en las caricias propinadas hoy (o mañana), ni en el rostro o la voz atrás, encima, o a un costado de ellos.
En lo que observa no existe algo rescatable de lo cíclico. Bueno, quizá el niño que corre frustrado a lo largo del jardín principal, abrumado por su papalote que, a pesar del viento, se rehúsa a volar.
Las flores moradas de la jacaranda siguen cayendo. Él se recuesta, mitad enfurruñado, mitad hastiado, y se pone el gorro de la sudadera para ocultar su cara.
jueves, 26 de marzo de 2009
Va a volver a quebrarse
Está sentado bajo una jacaranda que se mece, testaruda, a causa del viento. Los petalitos morados que caen al suelo forman una falda morada, extendida a lo largo del círculo descrito por las ramas del árbol. En el centro de este círculo, con la cara iluminada por el ocasional rayo de sol que se cuela entre las ramas, se queda. Mira hacia arriba. Los pétalos se pierden entre el azul claro del cielo. Berenjena se queda quieto, meditando.
El violeta cega cuando yace en el pasto.
El violeta cega cuando yace en el pasto.
Significativo Irrelevante
Berenjena no tiene qué comer.
Es pobre, fan del migajón de los bolillos y de las palabras mayas.
Berenjena odia el teatro cotidiano porque no está escrito. Uno nunca podrá volver a recrear tal o cual escena porque ya no existe, se esfuma en el momento y no se repite.
Berenjena es hombre, pero quisiera ser mujer.
Es pobre, fan del migajón de los bolillos y de las palabras mayas.
Berenjena odia el teatro cotidiano porque no está escrito. Uno nunca podrá volver a recrear tal o cual escena porque ya no existe, se esfuma en el momento y no se repite.
Berenjena es hombre, pero quisiera ser mujer.
domingo, 15 de febrero de 2009
Nalga
Te extraño.
A veces.
Jamás escribí mejor. Nalga despierta-pasiones.
Nalga sucia, libertina. De saliva rancia, con olor a vino y cigarro.
Olor de la bohemia infantil y renegada.
Nalguita, idiota.
Ya se me olvidó tu olor. Estoy olvidando tu voz.
No pienso en el otro porque su nombre es feliz. Es feliz.
Para qué dedicarle algo de mi terca melancolía.
A veces.
Jamás escribí mejor. Nalga despierta-pasiones.
Nalga sucia, libertina. De saliva rancia, con olor a vino y cigarro.
Olor de la bohemia infantil y renegada.
Nalguita, idiota.
Ya se me olvidó tu olor. Estoy olvidando tu voz.
No pienso en el otro porque su nombre es feliz. Es feliz.
Para qué dedicarle algo de mi terca melancolía.
Metrolove
Antes de eso, a una señora se le estaba rompiendo el tacón del pie derecho, y una lotería de pósters alabando a los santos y a los enmascarados yacía en el suelo.
Pobre tipo, era daltónico. Y cuando se encontraba en huelga, cosiendo lo que él pensaba eran trozos de tela roja y negra, todos lo veían con lástima. Pensaban que era un solitario, abandonado a su suerte en alguna especie de manifestación homosexual.
Pobre tipo, era daltónico. Y cuando se encontraba en huelga, cosiendo lo que él pensaba eran trozos de tela roja y negra, todos lo veían con lástima. Pensaban que era un solitario, abandonado a su suerte en alguna especie de manifestación homosexual.
Ensayo
Te extraño, ardilla. Has sido, hasta ahora, el mejor suricata que haya atravesado mi existencia. Insignificante, ahora te recuerdo con una nitidez absoluta. Traspasas a instantes mi torpe memoria corporal. Y es que nadie más ha podido intimidarme al tiempo que me inspire de esa ternura indescifrable. Tu boca bigotona, en su tiempo, fue más cautivante que cualquier rostro empapillado de bebé. Nadie ha vuelto a causar esa repulsión embelesante. No recuerdo nada tan hipnótico como tu famélica apariencia, pedazo de carne roída.
Estoy ensayando. Imagino un mundo en el que se viene abajo la teoría antropocentrista y la naturaleza toma, con justo reclamo, los lugares sobre los que nuestra plaga ha vomitado caudales de estirpe.
De cualquier modo a las ratas no les interesa adueñarse de la antigua, prehispánica y bien sabida reputación de los conejos. Opino que pronto engullirán hasta a la más astuta de las comadrejas que recorren las podridas rutas trazadas sin reparo, sin temor al futuro, a la escasez de agua, o a nuestra propia peste. Te escribo con las pocas toxinas que me quedan, porque la verdad es que ya no hay comida, y sólo queda tinta negra de ésa que se queda escurriendo en las calles cuando pasan los dinosaurios de acero para tomar.
Estoy ensayando. Imagino un mundo en el que se viene abajo la teoría antropocentrista y la naturaleza toma, con justo reclamo, los lugares sobre los que nuestra plaga ha vomitado caudales de estirpe.
De cualquier modo a las ratas no les interesa adueñarse de la antigua, prehispánica y bien sabida reputación de los conejos. Opino que pronto engullirán hasta a la más astuta de las comadrejas que recorren las podridas rutas trazadas sin reparo, sin temor al futuro, a la escasez de agua, o a nuestra propia peste. Te escribo con las pocas toxinas que me quedan, porque la verdad es que ya no hay comida, y sólo queda tinta negra de ésa que se queda escurriendo en las calles cuando pasan los dinosaurios de acero para tomar.
miércoles, 11 de febrero de 2009
Más cartas (Cuando se cansa de esperarme se pone a contar las horas)
El encuentro con la ardilla se dio en el momento menos esperado. Venía huyendo del asedio de un enjambre de mosquitos y unas inquietas lagartijas empeñadas en treparme como si fuera un árbol cualquiera. Entonces me moví.
Venía arrepentida, por aquel señor a quien no supe decirle la hora. Iba de subida, con mi morral abarrotado de ropa; con las manos ocupadas sosteniendo prescindibles pedazos de papel. Nunca sabré qué pudo haber ocurrido si, en vez de traer pantalones sin bolsillos, hubiera tenido la posibilidad de pasar ágilmente los libros de un brazo a otro y con mi mano izquierda sacar mi celular del pantalón. Son las 2 y cuarto, amigo. Sonrisita.
Me topé con una de esas posibilidades que te ponen a pensar en el futuro a través de los recuerdos. Bueno, la verdad no, pero ese hombre escuálido y de cabello largo me remitió al recuerdo de cierto hippie perdido...
Así estaba él: sentado en el césped, con sus morrales y mochilas reposando a sus costados. Sus lentes se resbalaban por el puente de su nariz mientras se concentraba en tocar unos bongos que tenía al frente. Traía el cabello desaliñadamente largo, y estaba descalzo. Me gustó verlo con barba, y camisa de manta blanca. Qué encantador. Luego me comencé a preguntar si no estaría loco.
Los mosquitos estaban de nuevo frente a mí; igual que el eterno verde que se extendía, horizontal, haciéndole cosquillitas al cielo con las enfermas ramas de los pinos. Fue entonces cuando sentí separarme de mi cuerpo. Por un levísimo instante, mi vista, mi tacto y mi conciencia intentaron separarse unos 10 centímetros del cuerpo (no shit). Después vinieron unas ganas incontrolables de querer ir al baño y, acto seguido, ahí estaba la ardilla.
Me pregunto si en verdad el ser humano resulta intimidante para otras especies, o si nos tomarán por idiotas. A fin de cuentas somos animales: feos a la vista de cualquier otro. (El hippie seguía enfrascado en sus tambores.) La ardilla me miró.
Sus ojos de avellana negra indicaban claramente que no pensaba en huir al menor indicio de movimiento que yo hiciera. O era muy determinada, o a lo mejor ya sabía que tenía mucha flojera y no intentaría moverme en lo absoluto. Qué poco instinto tengo, hasta las ardillas me piensan como predador incompetente.
Alzó el hocico hacia mi rostro. Evidentemente se estaba dirigiendo hacia mí y demandaba mi atención. Para quedar en condiciones de igualdad, me quité el rebozo con el que me cubría la cara, y le mostré mi nariz. La ardilla comenzó a fruncir el hocico, sin quitarme los ojos de encima: estaba comunicándome algo. Maravillosamente, yo lo comprendía. Así fue como nos pusimos a entablar una iluminativa conversación nasal, donde lo único que podía escucharse eran los torpes golpes de tambor que propinaba el hippie en su eterno estado de letargo inducido por marihuana.
Venía arrepentida, por aquel señor a quien no supe decirle la hora. Iba de subida, con mi morral abarrotado de ropa; con las manos ocupadas sosteniendo prescindibles pedazos de papel. Nunca sabré qué pudo haber ocurrido si, en vez de traer pantalones sin bolsillos, hubiera tenido la posibilidad de pasar ágilmente los libros de un brazo a otro y con mi mano izquierda sacar mi celular del pantalón. Son las 2 y cuarto, amigo. Sonrisita.
Me topé con una de esas posibilidades que te ponen a pensar en el futuro a través de los recuerdos. Bueno, la verdad no, pero ese hombre escuálido y de cabello largo me remitió al recuerdo de cierto hippie perdido...
Así estaba él: sentado en el césped, con sus morrales y mochilas reposando a sus costados. Sus lentes se resbalaban por el puente de su nariz mientras se concentraba en tocar unos bongos que tenía al frente. Traía el cabello desaliñadamente largo, y estaba descalzo. Me gustó verlo con barba, y camisa de manta blanca. Qué encantador. Luego me comencé a preguntar si no estaría loco.
Los mosquitos estaban de nuevo frente a mí; igual que el eterno verde que se extendía, horizontal, haciéndole cosquillitas al cielo con las enfermas ramas de los pinos. Fue entonces cuando sentí separarme de mi cuerpo. Por un levísimo instante, mi vista, mi tacto y mi conciencia intentaron separarse unos 10 centímetros del cuerpo (no shit). Después vinieron unas ganas incontrolables de querer ir al baño y, acto seguido, ahí estaba la ardilla.
Me pregunto si en verdad el ser humano resulta intimidante para otras especies, o si nos tomarán por idiotas. A fin de cuentas somos animales: feos a la vista de cualquier otro. (El hippie seguía enfrascado en sus tambores.) La ardilla me miró.
Sus ojos de avellana negra indicaban claramente que no pensaba en huir al menor indicio de movimiento que yo hiciera. O era muy determinada, o a lo mejor ya sabía que tenía mucha flojera y no intentaría moverme en lo absoluto. Qué poco instinto tengo, hasta las ardillas me piensan como predador incompetente.
Alzó el hocico hacia mi rostro. Evidentemente se estaba dirigiendo hacia mí y demandaba mi atención. Para quedar en condiciones de igualdad, me quité el rebozo con el que me cubría la cara, y le mostré mi nariz. La ardilla comenzó a fruncir el hocico, sin quitarme los ojos de encima: estaba comunicándome algo. Maravillosamente, yo lo comprendía. Así fue como nos pusimos a entablar una iluminativa conversación nasal, donde lo único que podía escucharse eran los torpes golpes de tambor que propinaba el hippie en su eterno estado de letargo inducido por marihuana.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)