Qué envidia haberse criado entre sandías, escuchando que los besos pueden ser tan dulces como un mordisco de melón.
Así creció él, viendo a su mamá, a sus primos y hermanos desplazándose de un lado a otro del puesto. Allá ofrecían piña, acá cortaban sandías, en la esquina persuadían a una viejita de comprar cinco kilos de mandarina en vez de tres. Él se entretenía mirando, mordiendo el chupón de su mamila mientras se dedicaba a rodar con torpeza entre los huecos que se formaban alrededor de la fruta apilada.
Por alguna razón, cuando su madre ofrecía guayaba, reía con más ganas.
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