sábado, 1 de noviembre de 2008

los blues de octubre

mis ojos no saben a dónde ir

estoy cansada de guardar mis labios

y saber que los tuyos hablan y ríen

a 45, 30, 10, 89 kilómetros de distancia


Dedo por dedo te esperé mientras hojeaba con desidia las hojas de arreola y sus compendios de la infancia. Caían sobre mi cabeza las cerezas malparidas del capulín, y una que otra hoja amenazaba con quedarse atorada entre mi cabello. En uno de esos descuidos aplasté inconscientemente mis lentes. Como siempre, no les pasó nada. Se enchuecan más, y se me enchueca la vista. Se tuercen mis ojos y la luz rebota sin proporción. Con mis lentes ya no veo. Con mis manos resecas ya no siento igual.

La verdad es que tantos callos sangrantes han vuelto complicado mi cotidiano andar. Las uñas también se vuelven amarillas y mi cara ennegrecida por el sol me recuerda, cada vez que me miro al espejo, a dónde fue que vine a parar por terquedad propia. Ya no quiero saber más de formalidades ingratas y limpieza en favor del prójimo. Algún día rajaré mi cara con un cuchillo de cocina, fabricaré mis propias cicatrices. Así exorcizaré mi fealdad interna. Habrá repudio dentro y fuera.

Y si vuelvo, nadie me reconocerá.







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