las memorias las guardo en mi mochila,
cada vez que miro hacia un sitio distinto y digo:
es hora de partir.
no en papel, ni en fotografía;
las guardo en el fondo del bolsillo,
las llevo impregnadas en la ropa.
cada hoyito del pantalón,
cada hilo colgando del suéter
están en los puños de las camisas
en los botones faltantes
y en los remiendos improvisados
están en mis manos resecas y en mi cara asoleada
se notan en las manchas de mi piel
y en estos ojos que lloran
cuando ven campo, o ven ciudad
a sabiendas que no hay regreso:
no sabrían a dónde ir
domingo, 30 de noviembre de 2008
sábado, 1 de noviembre de 2008
los blues de octubre
mis ojos no saben a dónde ir
estoy cansada de guardar mis labios
y saber que los tuyos hablan y ríen
a 45, 30, 10, 89 kilómetros de distancia
Dedo por dedo te esperé mientras hojeaba con desidia las hojas de arreola y sus compendios de la infancia. Caían sobre mi cabeza las cerezas malparidas del capulín, y una que otra hoja amenazaba con quedarse atorada entre mi cabello. En uno de esos descuidos aplasté inconscientemente mis lentes. Como siempre, no les pasó nada. Se enchuecan más, y se me enchueca la vista. Se tuercen mis ojos y la luz rebota sin proporción. Con mis lentes ya no veo. Con mis manos resecas ya no siento igual.
La verdad es que tantos callos sangrantes han vuelto complicado mi cotidiano andar. Las uñas también se vuelven amarillas y mi cara ennegrecida por el sol me recuerda, cada vez que me miro al espejo, a dónde fue que vine a parar por terquedad propia. Ya no quiero saber más de formalidades ingratas y limpieza en favor del prójimo. Algún día rajaré mi cara con un cuchillo de cocina, fabricaré mis propias cicatrices. Así exorcizaré mi fealdad interna. Habrá repudio dentro y fuera.
Y si vuelvo, nadie me reconocerá.
estoy cansada de guardar mis labios
y saber que los tuyos hablan y ríen
a 45, 30, 10, 89 kilómetros de distancia
Dedo por dedo te esperé mientras hojeaba con desidia las hojas de arreola y sus compendios de la infancia. Caían sobre mi cabeza las cerezas malparidas del capulín, y una que otra hoja amenazaba con quedarse atorada entre mi cabello. En uno de esos descuidos aplasté inconscientemente mis lentes. Como siempre, no les pasó nada. Se enchuecan más, y se me enchueca la vista. Se tuercen mis ojos y la luz rebota sin proporción. Con mis lentes ya no veo. Con mis manos resecas ya no siento igual.
La verdad es que tantos callos sangrantes han vuelto complicado mi cotidiano andar. Las uñas también se vuelven amarillas y mi cara ennegrecida por el sol me recuerda, cada vez que me miro al espejo, a dónde fue que vine a parar por terquedad propia. Ya no quiero saber más de formalidades ingratas y limpieza en favor del prójimo. Algún día rajaré mi cara con un cuchillo de cocina, fabricaré mis propias cicatrices. Así exorcizaré mi fealdad interna. Habrá repudio dentro y fuera.
Y si vuelvo, nadie me reconocerá.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)